domingo, 26 de abril de 2015

Tanto que contar...Tanto que callar

 ...pero el trabajo es el trabajo. Voy a escribir -como sea- ese libro que falta en la sociología... ¡Si me dejan! 

Estoy sin tiempo para el blog... ¡Ni para casi nada ya! Podéis imaginaros.

Este fantástico texto de VENUS Y ADONIS de Skakespeare poetizando y humanizando el mito... y alguno que otro, aun publicaré. Los tengo casi preparados. El Ocultismo en los trovadores, y algun poema dedicado, etc.. No me iré sin recordaros que leais a Platón (cualquier cosa) pero sin olvidar que hay vida después de él. (Después de ella.s, no lo sé todavía)... ... Leed a Séneca, Voltaire ( Cartas Filosoficas y el Tratado sobre la tolerancia),  a mi maestro Castilla del Pino, Marina, Baudrillard, Apuleyo (El asno de Oro); a Nietzsche, sobretodo (Genealogia de la Moral) ...

Y las chicas, especialmente, a Nathaniel Hawthorne: La Letra Escarlata.



En fin, lógicamente
una sola vida no puede dar para saber de tantas vidas. 

Y de vez en cuando -los jueves- habrá que querer y disfrutar.
...Los sábados¡ a Bailar !


Sigo "depre" salvo los ratos en que me acerco al río a beber.

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Un apunte al márgen: 
Estoy harto de Ñoños y Ñoñas. 
De Espirualismos trasnochados  e ignorantes. 
De idealismos ingenuos mayores que los de Platón.
...de personas que siguen pensando que Oriente ( La India,etc...) es mejor que Occidente.
Que son la cuna y el reservorio de la Espiritualidad. 
Como si Occidente no la hubiera tenido nunca ni la tuviera ahora.
Como si el mundo no fuera global y mezclado desde hace 250.000 mil años o más
¡Rasquen y verán!
Comprendo que necesitemos practicar y creer en rituales pero...

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Me reitero EN EL TITULO DE MI LIBRO "La Sociedad Criminal S.A."

YA NO CREO EN MILONGAS.

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VENUS  Y  ADONIS 
(dedicado a "Navidad")


No bien el sol de semblante purpúreo acababa de recibir el último adiós de la aurora en lágrimas, Adonis, el doncel de mejillas de rosa, corría a los placeres de la caza; amaba la caza, pero se reía con desdén del amor.

Venus, oprimida por el deseo (1), va en derechura hacia él y, como un atrevido pretendiente, le hace por asalto la corte.

«Tú, tres veces más bello que yo misma -comienza a
decirle-; tú, flor principal de la pradera, imponderable
perfume; tú, prodigio entre todas las ninfas, más adorable
que un hombre, más blanco y carmíneo que las palomas o
las rosas, la naturaleza que te ha creado, en competencia
con ella misma, dice que el mundo tendrá fin con tu exis-
tencia.


»Consiente, portento de hermosura, en apearte de tu
corcel, y sujeta con las riendas su cabeza arrogante al ar-
zón de la silla. Si te dignas concederme este favor, pro-
meto compensártelo revelándote mil secretos deliciosos. Ven
y siéntate aquí, donde nunca silba la serpiente; que no bien
lo hagas, te ahogaré con mis besos.


»Y, sin embargo, no se ahitarán tus labios con una em-
palagosa hartura; sino más bien sentirán hambre en medio
de su abundancia, haciéndolos encenderse y palidecer con
renaciente variedad. Diez besos parecerán uno solo, y uno
solo durará como veinte. Un día de verano será una hora
fugaz, derrochada la existencia en goces que hacen perder
la noción del tiempo
.»
*

Con esto, apodérase de su palma, tibia de sudor, nuncio
de vitalidad y plenitud de sangre; y, enfebrecida en su
pasión, lo llama bálsamo, soberano ungüento de la tierra
para la cura de una diosa. Ya en pleno delirio
, el deseo le
da fuerzas para arrancarle valerosamente de su caballo.

*

Sobre uno de los brazos penden las riendas del brioso
corcel; sostiene con el otro al tierno mancebo, que se ru-
boriza y enoja con triste desdén, indiferente al apetito y
sin arte para acariciar. Ella está encendida y ardiente como
los carbones inflamados por el fuego; él, rojo de vergüenza,
pero helado en estímulos.
*

Ata ella con diligencia a una rama nudosa la claveteada
brida -¡Oh, qué vivo es el amor!-
. Ya está colocado el
caballo en lugar propicio, y ahora intenta hacer la prueba
con el jinete. Le empuja de espaldas, haciéndole caer, tal
como quisiera verse derribada, y aunque le domina por la
fuerza, no lo consigue por la concupiscencia.

*

Apenas tendido en tierra, ella se coloca a su lado, codo
y cader
a de ambos apoyados uno sobre otro. Ora le gol-
petea las mejillas, ora él frunce el entrecejo y principia
a reprocharla; pero inmediatamente le cierra ella la boca
y, besándole, le dice en el entrecortado lenguaje pasional:
«Como intentes regañarme, no se desplegarán nunca tus
labios.»
*

Él está enardecido por una vergüenza pudorosa; ella
apaga con sus lágrimas el fuego virginal de sus mejillas;
y, después, con el aliento de sus suspiros y el abaniquear
y rozar de sus cabellos de oro, intenta secar las que ha
derramado. Él la trata de entremetida y vitupera su mala
conducta
. Lo restante del discurso lo mata ella con un beso.

*

Igual que un águila hambrienta, a que el ayuno ha exas-
perado, destroza con su pico las plumas, carne y huesos, y
batiendo las alas todo lo devora febrilmente hasta hartarse
o dar fin de su presa, así ella devora a besos su frente, sus
mejillas, su barba, repitiendo por donde ha terminado
.

*

Obligado a resignarse, mas nunca a obedecer, está tendi-
do palpitando y exhala su aliento al rostro de ella. De este
vapor, cual de un botín, se nutre la diosa, llamándolo ce-
leste rocío, aire de gracia. Y anhela que sus mejillas se
convirtiesen en jardines llenos de flores, para que de con-
tinuo estuvieran humedecidos por la destilación de seme-
jante aljófar.

¡Mirad! Cual pájaro ligado en la red, así yace Adonis
cautivo en sus brazos
. El puro candor, la resistencia hu-
millada, despiertan su cólera e infunden un acrecentamiento
de hermosura a sus ojos airados. La lluvia agregada a un
río
que corre a raudales, le forzará a franquear sus bordes.

Sigue ella implorando, e implora gentilmente, pues a
un oído g
entil modula sus plegarias. Sigue él siempre mo-
híno, siempre amen
azador y enojado, entre la vergüenza
al rojo carm
ey la cólera de palidez de ceniza. Cuando
enrojece, ella siente por él más pasión; y, al emblanquecer,
todavía e
sta pasión se aumenta con un transporte más vivo.

Sea cual fuere el aire que adopte, ella no puede pres-
cin
dir de amarle, y por su bella mano inmortal jura no
apartarse nunca de su tierno seno, en tanto no haya capitu-
lado ante el ataque de sus lágrimas, que no han cesado de
correr inundando sus mej illas. ¡ Un solo y dulce beso satis-
fará esta deuda innumerable!

Con tal promesa alza él la frente, como un somorgujo
asomándose por entre las orrías que, si es visto, se sumer-
ge vivamente en el agua; as! ofrece otorgar lo que ella le
pide; pero cuando su boca se dispone ya a recibir el pago,
cierra él los ojos y vuelve los labios a otra parte.

Jamás viajero alguno, en el rigor del estío, ansió beber
tanto como ella e
sta deliciosa concesión. Con el bien a la
man
o, el bien se le escapa (1). Fresca en su liquido, todavía
ha de abrasarse en su fuego. «-¡Oh, piedad, niño de cora-
zón de roca! -comienza a gemir-o Sólo te pido un beso.
¿Por qué te muestras esquivo?

(1) Her help she sees, but help she cannot gel. Literalmente: Ella contempla su remedio; mas este remedio no puede conseguirlo.


»Tal como ahora te cortejo, he sido cortejada hasta por
el fiero y terrible dios de la guerra, cuya altanera cerviz no
se doblegó jamás en la batalla, pues triunfa en todo com-
bate en que se encuentra. Él ha sido mi cautivo y mi es-
cl
avo, y ha mendigado lo que tú alcanzarás sin pedírmelo.
»Sobre mis altares ha depuesto su lanza, su abollado
escudo, s
u triunfante cimera, y por mi amor ha ensayado
b
ailes y juegos, ha aprendido a bromear, a loquear, a di-
vertirse, a sonreír, a chancearse, desdeñando su bronco tam-
bor y s
us rojas banderas, y haciendo de mis brazos su cam-
po y su tienda de mi lecho.

»Así dominé a ese dominador, y prisionero le tengo en
un
a cadena de encarnadas rosas. El acero de más gigan-
tesco temple obedecía a su fuerza aún más gigante; y, sin
e
mbargo, fue el esclavo de mi frío desdén. ¡Oh, no seas
soberbio, ni te jactes de tu poder porque dominas a la que
desbarató al dios de los combates!

»Roza siquiera mis labios con tus labios bellos; que,
aunque no tan bellos los míos, son de grana también. El
be
so será de los dos por igual... ¿Qué miras sobre el césped?


Alza la cabeza, fíjate en mis pupilas, donde se refleja tu 
gracia. ¿Por qué, pues, no se unen labios con labios, cuando
ya se contemplan ojos en ojos?

*

»¿Sientes vergüenza de besar? Pues entorna otra vez
los ojos; yo te imitaré, y el día se asemejará a la noche.
El
amor instituye sus fiestas donde dos se encuentran a
solas. Abandónate sin temor. Nuestro gozo se realizará
sin testigos. Las violetas de venas azules sobre que repo-
samos nunca delatarán ni podrán concebir lo que apete-
cemos.
*

»La tierna primavera que resplandece en tus labios ten-
tadores revela tu poca madurez; pero estás bien hecho para
ser gustado. Aprovecha el tiempo; no desperdicies la oca-
sión propicia; la belleza no debe malgastarse en sí propia.
Las flores tempranas que no se cogen en su punto, se mar-
chitan y consumen en breve.

*

»Si yo fuera fea de cara, horrible, de vejez rugosa, de toscos modales, contrahecha, selvática, de voz ronca decrépita, menospreciada, reumática y fría, cegata, estéril, flaca y sin jugo entonces pudieras vacilar, pues no sería digna de ti; mas no teniendo defecto alguno,
¿por qué me aborreces?
*

»No puedes divisar una arruga en mi frente. Mis o ios
son azules y luminosos, de una viva movilidad. Mi belleza,
como la estación flo
rida, se renueva cada año; mis carnes
son rollizas y delicadas; mi medula, ardiente; mi mano
húmeda y suave, se disolvería al contacto de la tuya o pa-
recería fundirse en tu palma.

*

»Ordéname que charle, y encantaré tus oídos; pídeme, y
como una hada me deslizaré sobre el césped; o, semejante
a una ninfa de largas trenzas desmelenadas, danzaré sobre
la arena sin dejar rastro. El amor es espíritu, todo él llama
impalpable, no propenso a la ley de gravedad, sino li.
gero, que asciende y se evapora.

*

»Testigo este lecho de prímulas en que reposo. Estas
frágiles flores me sostienen cua
l si fuesen árboles robustos
Dos débiles palomas me arrastran a través de los aires,
desde por la mañana hasta la noche, allí donde anhelo
solazarme
. Siendo el amor tan ligero, dulce doncel, ¿cómo
es posible que tú lo hall
es tan pesado?

*

»¿Es que tu propio corazón se ha prendado de tu propia
cara? ¿Puede tu mano derecha asir el amor de la izquierda?
Si esto es posible, cortéjate y sé rechazado por ti mismo;
despójate de tu propia libertad y conduélete del robo. A
se prendó Narciso de su mismo ser, y murió por besar su
imagen en la fuente.
*

»Las antorchas sirven para alumbrar, las joyas para
lucirse, los manjares para saborearse, la tierna belleza para
posee.se, las hierbas aromáticas para dar perfume, las jugosas plantas para fructificar
Lo que sólo crece para sí, 
abusa de su crescencia. Las simientes nacen de las simien-
tes, y la he mesura produce la hermosura. Tú, que fuiste
engendrado, engendrar es tu deber
.
*
»¿Por qué te alimentas de la fecundidad de la tierra, si
no brindas a la tierra el alimento de tu fecundidad? La
ley natural te obliga a dar vida a seres que continúen
cuando tú hayas fenecido; y de este modo, a despecho de
la muerte, sobrevivirás en las vivientes semejanzas que
hayas creado.»
*
A todo esto la amante y trastornada reina se inundaba
de sudor, pues la sombra había huido del lugar en que
estaban; y Titán, fatigado del calor del mediodía, los con-
templaba, lleno de llamas, con ojos de fuego, deseando que
Adonis fuera el conductor de su tiro de corceles, para,
trae ando los lugares, hallarse él al lado de Venus.
*
Entonces Adonis, con espíritu indolente, el aire enojado,
sombrío y desdeñoso, v
elado el brillo de sus ojos bajo sus
fruncidas cejas, como velan el cielo los brumosos vapores
,
acedando sus mejillas, exclama: «¡Quitad! ¡Basta de amor!
El sol me quema la cara. Necesito partir
.»
*
«¡Ay de mí! -contesta Venus-. ¡Tan joven y tan
c
ruel! ¡Qué vana excusa me das para evadirte! Suspira-
ré aliento celestial, cuyo soplo divino refrescará el ardor


de este sol descendente. Te haré sombra con mis cabellos,
y si éstos también te queman, los apagaré con mis lá-
grimas.
»El sol que brilla en el cielo, brilla; pero calienta, y
¡
mira! estoy entre el sol y tú. Su calor me daña, aunque
poco. ¡Tus ojos son los que despiden la llama que me
abrasa! Y a no ser yo inmortal, mi vida concluiría entre
ese sol del cielo y este sol de la tierra.
*
»¿Eres insensible, eres de roca, duro como el acero?
No, más que la roca, pues la piedra se ablanda por la
lluvia. ¿Eres hijo de una mujer y no sientes lo que es pasión,
lo que atormenta no ser amado? ¡Oh! De haber poseído
tu madre un corazón tan duro, no te habría dado a luz,
sino que hubiera muerto sin conocer la ternura.
*
»¿Qué soy, para despreciarme de tal manera? O ¿qué
gran peligro envuelve mi súplica? ¿Qué mal hará a tus
labios un pobre y simple beso? Habla, hermoso; pero habla
hermosas palabras o permanece mudo. Dame un beso. Te
l
o devolveré con otro más de interés; si quieres, será doble.
*
»¡ Quita allá, sombra inanimada, rmol frío e insensi-
ble, ídolo bien pintado, imagen sin vida ni transparencia,
estatua que sólo llena los ojos, símil de hombre, pero no
engendrado por mujer! Tú no eres hombre, aunque tengas
de hombre el semblante, pues los hombres son dados a
besar por propio instinto.»
*
Dicho lo cual, la impaciencia ahoga su voz suplicante
y el desbordado enojo la provoca a silencio. Sus rojas me-
jillas y chispeantes ojos muestran por sus llamas su re-
sentimiento. ¡Juez en amor, no puede ganar su causa!
y ora llora, ora intenta hablar, ora los sollozos entorpecen
sus designios.
De vez en cuando agita la cabeza y le aprieta la mano;
en seguida fija en él sus ojos; luego los clava
.en tierra.
A veces, sus brazos le envuelven a modo de cinto; qui-
siera encadenar le en ellos, mas él se resiste; y cuando lucha
por escapar, ella cierra unos con otros sus dedos de azucena.

«Cariño mío -le dice-, pues te guardo aquí encerrado
en el círculo de esta palizada de marfil, yo seré el parque
y tú mi cervatillo; pace donde quieras, bien sobre la cuesta
o bien en la hondonada; pasta en
mis labios, y Si estas
colinas son áridas, discurre más abajo, donde se hallan
los manantiales exquisitos.


»Dentro de este recinto, todo se te ofrecerá a deseo:
suaves cañadas de poblada hierba, planicies por demás de-
liciosas collados salientes
y esferoidales, sotos oscuros Y
laberinticos para guarecerte de la tempestad y de la lluvia.
Sé, pues, mi cervatillo, ya que soy tal parque. Ningún
lebrel te perseguirá aunque a millares te ladraran.»


A esto sonríe Adonis con tal desdén, que en cada una
de sus mejillas se dibuja un lindo hoyuelo, purísimas fosas
labradas de intento por el Amor, para, si fuera muerto,
ser enterrado en tan sencilla tumba. Prevía el Amor que
si venía a ser aquí depositado, no podría morir donde él
vivía.


Estos huecos adorables, estos fositos redondos y encanta-
dores, abren sus bocas para absorber la pasión de Venus.
Loca ésta al fin, ¿cómo podrá ahora recobrar la razón?
Herida ya de muerte, ¿qué necesidad tiene de un segundo
golpe? ¡Pobre reina de amor, destronada en su propio
reino! ¡Amar unas mejillas que te sonríen desdeñosas!
¿Qué partido tomará ahora? ¿Qué intentará decir? Sus
palabras han resultado inútiles, y sus dolores acrecidos
.

El tiempo ha volado, y el objeto de su pasión quiere
huir y pugna por d
esprenderse de los lazos que le enlazan

«¡Piedad! -grita ella- ¡Un pequeño favor, un poco
de compasión!» Él emprende la fuga y se precipita a su
corcel
.

Pero ¡mirad! De una espesura proxima, una yegua de
raza, robusta, joven y arrogante, divisa al impaciente caba-
llo de Adonis, y salta, resopla y relincha estrepitosamente.
El alazán de vigoroso cuello, atado a un árbol, rompe
sus riendas y corre derecho a ella.

Imperioso, álzase de manos, relincha, bota y separada-
mente deshace el tejido de sus cinchas. Huella con el duro
casco la sufrida tierra, cuyo seno cavernoso resuena como
el trueno celeste, y quebranta con sus molares el bocado de
hi
erro, dominando así al que le dominaba.

Enhiestas sus orejas; erizadas las crines en ondas pen-
dientes sobre su arqueado cuello; sus narices, aspirando el
ai
re y arrojándolo acto continuo, cual los vapores de un
ho
rno; sus ojos altivos, despidiendo chispas, muestran su
ardiente condición y su vivo arrebato.

Trota a veces, como si contara sus pasos, con gentil ma-
je
stad y modesta arrogancia; otras se encabrita, salta y
c
orcova, como si quisiera decir: «Ved, así ensayo mi fuer-
z
a; y todo esto es para cautivar los ojos de esa arrogan-
sima yegua que está ahí cercana.»

¿Cómo ha de reparar en el irritado grito de su caballero,
en su cariñoso «¡hola!», en su «¡quieto, digo!» ¿Qué le
importan, en tal instante la barbada y el agudo acicate, el
ric
o caparazón y los vistosos arneses? Vea su pretendida,
y no ve más que a ella, pues nada sino ella complace su
m
irada orgullosa.

Ved, cuando un pintor se esfuerza en sobrepujar la vida
dibujando un caballo de proporciones perfectas, su arte
rivaliza con la obra maestra de la naturaleza, como si lo
in
animado hubiera de exceder a lo vivo. Así este corcel
aventajaba a otro corcel ordinario, en formas, en brío, co-
lor, andar y desarrollo.

Redondos cascos, flexibles articulaciones, cernej as largas
y nutridas, pecho amplio, ojos grandes, cabeza pequa,
abiertas narices, cruz alta, orejas cortas, piernas rectas y de
extremada robustez, crin menuda, cola espesa, ancha grupa,
piel suave. Ved; nada le faltaba de lo que debe tener un
caballo, salvo el arrogante jinete que reclama tan arro-

A veces se retira lejos y, de pronto, se detiene en firme;
en seguida se estremece al movimiento de una pluma; ora
intenta desafiar al viento a una carrera, y no se sabe si
corre o vuela, pues el alto aire canta a través de su crin
y
de su cola, aventando las cerdas, que ondean como emplumadas alas

Tiende la mirada sobre su pretendida y relincha para
ella. Ella le responde, como si adivinase su pensamiento.
Orgullosa, como todas las hembras, al verse solicitada, de-
muestra aparente aversión, se hace la arisca, rechaza a su
ama
nte y desdeña el ardor que él siente, respondiendo con
coces a sus ternuras.

El corcel, al notarlo, melancólico y descontento, amaga
l
a cola que, como un penacho flotante, proyectaba fresca
s
ombra sobre la sudorosa anca. Piafa después, y bajo el
vapor de sus narices, muerde a las pobres moscas. Su pre-
tendida, entendiendo esta agitación violenta, se ablanda un
ta
nto, con lo que se mitiga su furia

Su impaciente dueño se dirige a él para cogerle; pero
¡anda!, que al verlo, la indómita yegua, asustada, y poco

deseosa de ser aprehendida, huye velozmente, arrastrando
tras sí al caballo, que deja plantado a Adonis. Los dos
animales se lanzan desatinados a la espesura, tomando la
delantera a los cuervos
, que se esfuerzan, con su vuelo,
por alcanzarles
.
*
Extenuado por la persecucion, decide Adonis sentarse,
y maldice a su imp
etuosa e indócil cabalgadura. Y he aquí
ahora ofrec
erse una nueva y feliz ocasión al Amor enfermo
de deseos para redoblar sus instancias, pues dicen los aman-
tes que el corazón sufre triplemente cuando se le impide
el auxilio de la lengua.
*
Un horno cerrado aumenta su abrasante calor; una co-
rriente detenida se desborda con mayor furia. A
sí puede
decirse del dolor comprimido; el libre desahogo de las pa-
labras templa el fuego del amor; m
as cuando el abogado
del corazón está mudo, el cliente e
xpira, desesperado de
su proceso.
*
Él la siente aproximarse, y comienza a enrojecer como
un carbón a medio apaga
r que el viento reaviva, y cubre
con su bonete su enojado rostro; turbada el alma, dirige
la vista a la melancólica
tierra, sin parar mientes en la que
tan cerca se halla, pues sus ojos apenas la miran de soslayo
.
*
¡Oh! ¡Qué espectáculo verla, ardiendo en ansias aproxi-
marse furtivamente al testarudo doncel; observar e
l violento
combate de colores en su cara, y cómo el blanco y el
carmín se destruyen el uno al otro
¡Sus mejillas, pálidas antes, brillan ahora como un relámpago del firmamento!
*
Hela ya acomodada junto a él, no bien se ha sentado,
y
caer de rodillas como una humilde amante; con una de
sus bellas manos le despoja del sombrero; con la otra,
deliciosa también, le toca sus encantadoras mejillas. [Tier-
nas mejillas que guardan la impresión de su dulce mano,
como la nieve recién caída acoge cuanto se imprime en ella!
*
¡Oh! ¡Qué guerra de miradas principia entre ellos en-
tonces! Los ojos suplicantes de ella imploran a los de
él, con los que se encuentran sin parecer que miran. Los
de la una no cesan de cortejar; los del otro desdeñan el
homenaje; y todos los actos de este mudo coloquio vienen
a
traducirse en lágrimas que, simulando al coro trágico,
llueven de los ojos de Venus.
*
Ahora coge con gentileza su mano, lirio aprisionado en
cárcel de nieve, o marfil en círculo de alabastro; ¡tan blan-
ca es la amiga que estrecha su blanca enemiga! Este her-
moso combate de agresión y resistencia simula el espe
c-
táculo de dos argentadas palomas que se dan el pico.
*
Una vez más la máquina de sus pensamientos torna a
insistir: «¡ Oh tú, el más bello ser que se agita en esta
e
sfera mortal! ¡Que no fueras lo que soy, y yo un hombre!

¡Que no estuviera, corno el tuyo, intacto mi corazón, y
el que abrigas lastimado corno el
mío! Por una sola de
tus dulces miradas aseguraría tu curación, aun cuando para
salvarte tuviera que reducir incluso a ruinas mi hermosura
.» 

«Suéltame la mano -replica él-; ¿por qué me la es-
trechas?» «Suéltame el corazón -contesta ella-, y te la
dejaré. ¡Oh!, dámelo, no sea que el tuyo, inflexible, se
vuelva de acero, y que, acerado, nunca hagan mella en
él los tiernos suspiros. Entonces permanecería siempre
insensible a los profundos sollozos del amor, po
rque el
corazón de Adonis habría endurecido el mio también.»
*
«¡Por pudor -grita él-, dejadme, dejadme partir! He
perdido un día de diversión; mi caballo se me ha huido,
y por culpa vuestra estoy privado de él
. Os lo ruego, idos
de aquí, y dejadme solo, pues toda mi alma, pensamiento
y
preocupación es quitar a esa yegua mi palafrén.»
*
Ella replica así: «Tu palafrén secunda, como es lógico,
la caliente proximidad del dulce deseo, La pasión es una
brasa que debe aplacarse, pues no atendida, prende fuego
al
corazón, La mar tiene límites; pero el vivo deseo, no;
por consiguiente, no te asombre que tu corcel haya partido
.
*
»¡A un rocín se asemejaba, atado al árbol, y era esclavo servil de sus riendas de cuero!
 Pero apenas percibió a su amada, digna recompensa de su juventud, miró con desdén 
tan miserable servidumbre, rompió la infame correa que
hacía encorvar su cerviz y dio soltura a su boca, a sus
ancas y a su
pecho.


»¿Quién, a la vista de su fiel adorada, desnuda en el
lecho y revelando a las sábanas un color más blanco que
su blancura, ha podido saciar hasta lo último sus ojos glo
-
tones, sin que los otros sentidos no aspiraran a una satis-
f
acción igual? ¿Quién ha sido tan pusilánime que no haya
osado acercarse al fuego en una estación fría?
*
»Permíteme que excuse a tu corcel, gentil mancebo, y te
suplico fervorosamente que aprendas de él a aprovechar
las satisfacciones que se presenten. Aunque yo permanezca
muda, su ejemplo bastará a instruirte. ¡Oh! Aprende a
amar; la lección es bien fácil, y una vez aprendida, no se
olvida jamás.»
*
«No conozco el amor -responde él-; no quiero cono-
cerlo, a menos que sea un jabalí, para entonces
cazarlo, Es
una deuda harto pesada, que no quiero contraer, Mi amor
al amor, es amor a despreciarlo, pues he
oído decir que es
vida en muerte, que se ríe y se llora y todo a un mismo
aliento,
*
»¿Quién lleva un vestido sin que la forma le sea dada
y esté por terminar? ¿Quién arranca el capullo antes de
haber brotado una sola hoja? Si las cosas que crecen se
disminuyen lo más
mínimo, marchítanse en flor y no
adquieren estima. El potro que se monta y carga demasiado
joven, pierde su energía y nunca se hace robusto.
*
»Me apretáis con exceso la mano. Partamos y dejemos
este ocioso tema, esta inútil charla; levantad el asedio de
mi inflexible corazón; no abrirá sus puertas a las alarmas
amorosas. Licenciad vuestros juramentos, vuestras lágrimas
fingidas y vuestras lisonj as, pues cuando un corazón es
fuerte nunca abrirán en él brecha.»
*
«¡Cómo! ¿Sabes hablar? -exclama ella-o ¿Tienes len-
gua? ¡Ojalá no la tuvieras o no tuviese yo oídos! Tu voz
de sirena ha doblado mi mal
. Harto peso era el mío sin
éste que me abruma. ¡Disonancia melodiosa! ¡Celestial ar-
monía de ásperas resonancias! ¡Música tan profundamente
dulce a los oídos y herida tan profundamente penetrante
para el corazón!
*
»Si no tuviera ojos, sino oídos, mis oídos adorarían esta
íntima e invisible belleza. Si fuera sorda, tus perfecciones
exteriores conmoverían todas las partes sensibles de mi ser.
Aunque careciese de ojos y de oídos y no pudiera ver ni
escuchar, todavía me inspirarías amor por sólo el tacto.
*
»Y, aun dado que el sentido del tacto me faltase y que
no pudiese ni ver, ni oír, ni tocar, teniendo sólo que ate-
nerme al olfato, mi pasión por ti sería siempre tan grande,


pues del alambique de tu exquisito rostro se desprende un
hálito perfumado que engendra el amor por emanación.
*
»Pero ¡oh, qué banquete ofrecerías al gusto, tú, que pue-
des nutrir y satisfacer a los otros cuatro sentidos! ¿No de-
searían éstos que fuese eterno el festín, y prevendrían a
la Sospecha que cerrase con doble llave la entrada, para
que los Celos, huéspedes amargos e importunos, no turba-
sen la fiesta con su intromisión?»
*
Todavía se abrió de nuevo el pórtico, color de rubí, que
había dado suave paso a los acentos de él, como una aurora
rojiza que presagia siempre el naufragio a los marinos, la
tempestad a los campos, el sufrimiento a los zagales, la de
-
solación a las aves y los vendavales y las negras borrascas
a los rebaños y a los pastores.
*
Ella observa hábilmente este siniestro augurio. Así como
el viento calla antes de la lluvia, o como el lobo hace
gestos antes de aullar, o como la baya se entreabre antes
de teñir, o como la bala de un cañón hiere de muerte antes
de oírse, así el pensamiento de él se revela a ella antes de
que pronuncie palabra alguna.
*
Y, al leerlo en sus ojos, da de espaldas en tierra, pues
las miradas matan al amor y el amor resucita por las mi-
radas. Una sonrisa cura la llaga que produce un frunci-
miento de cejas. Pero ¡bienaventurada bancarrota, que así
medra por amor! El cándido doncel, creyéndola muerta,
bate sus pálidas mejillas hasta que el batimiento las de-
vuelve su carmín.
Y, todo azorado, renuncia a su intención primera, pues
pensaba reprenderla duramente, lo que el pérfido amor ha
impedido con habilidad. ¡Honor al ingenio, que tan bien
supo auxiliada! Pues ella permanece tendida en el césped,
como si estuviera muerta, aguardando que el aliento de él
la aliente de nuevo
.
*
Adonis la pellizca en la nariz, la golpea en las mejillas,
la dobla los dedos, la toma el pulso, la calienta frotándole
los labios, y busca mil medios para reparar el mal que han
causado sus desdenes. La besa, y ella, de buena gana con-
sentiría en no levantarse nunca, visto que la besa sin in-
terrupción.
*
La noche de dolor se ha cambiado ahora en día. Ella
entreabre débilmente sus ventanas azules, como el rubio
sol cuando en su fresco atavío alegra la mañana y reanima
toda la tierra
. Y 10 mismo que el sol radiante glorifica el
firmamento, los ojos de ella iluminan su rostro.
*
Cuyos rayos quedan fijos en la cara imberbe de Adonis,
como si de ella recibieran su fulgor
. Jamás se habrían re-
fundido en una cuatro lámparas tan bellas, si él no hubiese
nublado las suyas con el descontento (1) de su frente.
Pero sólo las de ella centelleaban a tras del cristal de sus lá-
grimas, luciendo como la luna vista en el agua en medio
de la noche


(1) Repine; esto es, dissatisfaction.



«¡Oh! ¿Dónde estoy? -exclama Venus-o ¿En la tierra
oen el cielo, sumergida en el Océano o en las llamas? ¿Qué
hora es? ¿La mañana o la indecisa tarde? ¿Gozo al morir
o vivo al gozar? ¡No ha mucho que vivía, y la existencia
tenía la angustia de la muerte; hace un in
stante acababa, y la muerte era una vi va alegría!        .
*
»¡Oh! ¡Tú me mataste! ¡Mátame otra vez más! Tu
duro corazón, maestro sutil, ha enseñado a tus oj os tales
tretas de desprecio, tal desdén, que han asesinado mi po
-
bre corazón; y mis ojos, fieles guías de su reina, sin la
piedad de tus labios no hubieran visto jamás la luz.
*

»¡ Puedan éstos besarse el uno al otro, en recompensa
de este bien, una eternidad! ¡Oh! ¡Que nunca se decoloren
sus tintas carmesíes! Y que mientras vivan, su perenne
frescura puedan alejar la infección de los años de epidemia
.
[Para que los astrólogos, profetas en mortandades, puedan
decir que tu hálito ha desterrado la peste! (1). 


(1) Cuando salió impreso este poema, una terrible peste azotaba Londres. La alusión a ella no deja dudas en nosotros de que 

VENUS y ADONIS se publicó inmediatamente después de ser escrito por Shakespeare; o, a 10 menos, sería esta estrofa un in

terlineado. 


»¡Puros labios, dulces sellos impresos sobre mis muelles
l
abios! ¿Qué pacto podría hacer para que los sellarais to-
davía?
¿Venderme? Consiento gustosa, con tal que quieras
c
omprarme, pagarme y usar bien tu adquisición. Si cie-
rras el compromiso libre d
e toda falsedad, estampa tu sello
privado sobr
e la roja cera de mis labios.

»Mil besos te adueñarán de mi corazón; págalos a tu
pl
acer, uno a uno. ¿Qué son para ti diez centenares de
contactos? ¿No se cuentan rápidamente y rápidamente
s
e dan? Supongamos que, por falta de pago, se dobla la
deuda
: ¿qué trabajo causan veinte veces cien besos?»
*
«Hermosa reina -dice él-, si algún amor os he inspi-
rado, medid mi timidez por el verdor de mis años; no
querái
s conocerme antes de que a mí mismo me conozca.
Ningún pescador repara en pececi los menudos; la ciruela
m
adura cae, la verde se mantiene en la rama, y si se coge
pr
ematuramente, es agria al paladar.
*
»¡Mirad! ¡El vivificador del mundo, con marcha fati-
go
sa, acaba de terminar en el ocaso su ardiente tarea diur-
na! El búho, h
eraldo de la noche, chilla; es ya muy tarde;
lo
s corderos han vuelto a su redil, los pájaros a su nido, y
las nub
es negras como el carbón que oscurecen la luz del
cielo nos incitan a partir
y nos desean las buenas noches.
*
»Dejadme, pues, que os diga "Buenas noches" y decid
vos otro tanto; si consentís, tendréis un beso

«¡Buenas noches-contesta Venus-. Y antes que él
ha
ya dicho «Adiós», se cobra el dulce precio de la despe-
d
ida. Sus brazos enlazan su cuello en un suave abrazo; y
entonces
él y ella, formando un solo cuerpo al parecer, fun-
d
en cara y cara.

Hasta que, sin respiración, consigue él desligarse y re-
tir
a el húmedo néctar celeste, esta suave boca de coral,
c
uyo sabor riquísimo conocen tan bien los labios sedientos
de e
lla, de que están ahítos y aún se quejan de sequedad.
A
brumado el uno con la abundancia de caricias, agotada
la otra por la singularidad de las suyas, juntos sus labios
de
nuevo, caen en tierra.
*
El vivo deseo se ha apoderado ya de su abatida presa,
y l
a diosa se nutre glotonamente sin lograr saciarse. Sus
labios imperan; los de él obedecen y pagan el rescate que
pide su tirano, cuy
a exigencia de buitre fija un precio tan
alto, que amenaza agotar el rico tesoro de su boca.
*
y habiendo sentido la dulzura del botín, Venus comienza
a saqu
ear con ciega furia. Su rostro exhala vapores y humo;
hierve su sangre, y su lujuria sin freno despierta en ella un
valor extremado. Pro
clama el olvido, rechaza la razón, y
no se cuida d
e los castos colores de la vergüenza ni del
naufragio de la honra
.
*
Encendido, débil Y fatigado por sus abrazos implacables;
se
mejante a un pajarilla silvestre que se amansa a fuerza
de tenerlo en la mano; como el ágil corzo extenuado por
la huida o el infante llorón que se aquieta meciéndolo,
Adonis obedece ya y deja de resistir, en tanto ella le coge
todo lo que puede, no todo lo que deseara ...


*


¿Qué cera, por compacta que esté, no se ablanda a
fuerza de prensarse y acaba cediendo a la más ligera im-
presión? Las cosas por encima de la esperanza consíguense
frecuentemente por el atrevimiento; sobre todo en amor,
en que la licencia va a menudo más allá del permiso. La
pasión no desmaya como un lívido cobarde, sino que in-
siste más, a medida que las dificultades aumentan.
*
Si ella hubiera cedido, ¡oh!, cuando él frunció el entre-
cejo, no hubiera saboreado semejante néctar de sus labios.
Palabras injuriosas y aires amenazadores no repelen al que
ama; que aunque la rosa tiene espinas, sin embargo, se
coge. Se encerrara la belleza bajo veinte cerrojos y, para
facilitarse entrada, el amor acabaría por quebrarlos uno
a uno.
*
La piedad manda ahora a Venus que no le retenga. El
pobre burlado le suplica que le deje partir y, resuelta a no
detenerle, le dice adiós y le recomienda sea benigno con
su corazón, pues le jura por el arco de Cupido que se lo
lleva encerrado en su pecho.
*
«Dulce doncel -exclama-, voy a pasar una noche de
tormento, pues mi corazón angustiado obligará a mis ojos
a que velen. Dime, paladín del amor, ¿nos veremos maña-
na?, ¿nos veremos?, di, ¿nos veremos? ¿Me das tu pa-
labra?» Él responde que no, pues al día siguiente proyecta
ir a la caza del jabalí con varios de sus amigos.

«¡El jabalí!» -replica ella-o Y al nombrarlo una re-
pentina palidez invade su rostro, semejante a un limón
blanco extendido sobre una rosa purpúrea
. Tiembla a esta
noticia y arroja en tomo de su cuello el yugo de sus brazos.
Se desploma, siempre suspendida de su cuello, y caen, él
sobre su vientre y ella de espaldas.
*
Ahora está en la verdadera liza del amor, con su cam-
peón montado para el ardiente encuentro. Todo lo que se
forja es imaginario; él no quiere manejarla, no obstante
haberla montado. Más atormentada que Tántalo abraza
          el Elíseo, y no goza sus placeres.
*
Parecida a esos pobres pájaros que, engañados con uvas
pintadas, sacian los oj os mientras desfallece su buche, así
se consume en medio de su desgracia, como esas infelices
aves a la vista de frutas quiméricas, tratando de inflamar
con sus besos continuos los fenómenos de ardor que halla
ausentes en él
.
*
Pero todo es en vano. ¡Pobre reina! Nada conseguirá.
Ha ensayado cuanto podía hacer; su alegato merecía hono-
rarios más fuertes. ¡Encarnación del amor, ama
y no es
amada!


«¡Fuera! ¡Quitad! -dice él- ¡Me ahogáis! ¡No tenéis
razón para retenerme asil»
*
«Hubieras marchado ya -responde ella-, dulce man-
cebo, si no me hubieses dicho que querías ir a la caza del
jabalí. ¡Oh, sé cauto! Tú no sabes lo que es herir con
la punta de una jabalina a un puerco salvaje que, como un
c
arnicero feroz, afila de continuo sus siempre salientes de-
fensas, dispuesto a matar.
*
»Su lomo ofrece una legión de púas erizadas, que ame-
nazan sin cesar a sus perseguidores. Al irritarse, sus ojos
brillan como gusanos fosforescentes; su jeta va cavando
sepulcros por donde quiera que pasa; acosado, embiste
cuanto encuentra en su camino, y sus crueles defensas des-
garran lo que hiere.
*
»Sus resistentes costados, armados de abundantes cerdas,
están más que a prueba de la punta de tu lanza; su cuello,
corto y abultado, difícilmente puede lesionarse; llegado a
enfurecer, se atreverá al mismo león. Las espinosas zarzas
y los arbustos entretejidos, por entre los cuales se precipita,
apártanse de él como atemorizados.
*
»¡Ay! Él no repararía en tu rostro, al que los ojos del
Amor pagan el tributo de sus miradas; ni e
n tus suaves
manos, ni en tus dulces
labios y cristalinos ojos, cuya com-
pleta perfección maravilla a todo el mu
ndo; sino que de


tenerte a merced -¡terrible portento!-, arrancaría esos
encantos como arranca l
a hierba.
*
»¡Ah! Déjale tranquilo en su inmunda guarida. La Be-
lleza nada tiene que
ver con tan impuros enemigos mor-
tales. No te e
xpongas voluntariamente al peligro de su
paso. Los que medran es porque toman consejos de sus
amigos. Para no mentirte, cuando me nombraste el jabalí
,
he temido por tu suerte y han temblado mis nervios.
*
»¿No reparaste en mi cara? ¿No emblanqueció? ¿No
vislumbraste los signos del temor al acecho en mis ojos?
¿No me sentí desf
allecer? Y ¿no caí de espaldas? Dentro
de mi pecho sobre el que reposas, mi corazón, lleno de
presentimientos, palpita
, bate y no halla descanso, sino
que te sacude sobre mi seno como un temblo
r de tierra.
*
»Porque donde reina el Amor, la celosa inquietud se
instala de por sí, como centinela del Af
ecto; de falsas
alarmas, sugiere rebeliones y en medio de las horas apa-
cibles gr
ita: ¡Alerta!, ¡Alerta!, perturbando al dulce Amor
en su deseo, como el aire y el agua extinguen el fuego.
*
»Este apesadumbrado delator, este espía cizanero, este
gusano que roe el tierno tallo del
Amor, este disidente so-
plón, los celos, que unas veces lleva noticias cie
rtas y otras(1)    
veces noticias falsas, llama a mi corazón y cuchichea en 
mis oídos que, si te amo, debo temer tu muerte.
*
»Y hace más todavía. Presenta a mis ojos la imagen de
un jabalí babeando de cólera, y bajo sus afilados colmillos,
caída de espaldas, una figura semejante a la tuya, toda
manchada de coágulos, cuya sangre, esparcida sobre las
flores lozanas, las obliga a descaecer de dolor y a inclinar
sus corolas.
*
»¿Qué haría yo, si te viese así, cuando de sólo pensarlo
me estremezco? Esta idea hace sangrar mi desfallecido
corazón, que adivina por la inquietud que experimenta.
Profetizo tu muerte, ¡oh, tú, mi vivo dolor!, si das con
el jabalí mañana.


»Pero si no deseas más que cazar, sigue mis consejos,
d
estraílla tus galgos contra la liebre medrosa y fugitiva,
o contra la zorra, que vive de la astucia, o contra el corzo,
.
que no se atreve a resistir; persigue en las llanuras a estos
midos animales, y acompaña con tu caballo de amplia
respiración la carrera de tus lebreles.
*
»Y cuando estés sobre el rastro de la liebre miope, ob-
serva, cómo el infeliz animal, para escapar al peligro, to-
mará al viento delantera, y con qué cuidado zigzaguea y
cruza con mil rodeos 
donde pasa son como un laberinto para desorientar a sus
perseguidores.
(1). Las numerosas madrigueras por
(1) With a thousand doubles. La voz double, que aquí vale
sharp turn,
no ha sido empleada con este sentido por ningún au-
tor inglés anterior a Shakespeare.


*
»A veces corre por entre un rebaño de ovejas, para
burlar el olfato de los astutos lebreles, o bien desaparece
por las subterráneas conejeras, para no oír los sonoros ala-
ridos de los que la siguen. Por último, acaba asociándose a
una manada de gamos. El peligro le sugiere tretas; el temor
le aguza él instinto.
*
»Porque, mezclado allí su olor con el de los otros, los
ardientes lebreles, que husmean la pista, se confunden y
vacilan, y cesan en sus clamores bulliciosos, hasta que, con
harto trabajo, seleccionan completamente la huella perdida.
Entonces comienzan de nuevo sus alaridos. Y Eco les res-
ponde, como si en los aires se celebrara otra cacería.
*
»En esto, la pobre liebre, alejada sobre la cima de un
collado, se sienta en sus patas traseras, prestando atento
oído para saber si sus adversarios la persiguen aún. En
seguida oye sus estrepitosos gritos de guerra, y entonces
su desesperación puede muy bien compararse a la de un
agonizante que oye la campana fúnebre.
*
»Inmediatamente verás a la infeliz, salpicada de rocío,
ir y venir, endentando con la ruta (1). Todo vengativo zar-
zal desuella sus patas fatigadastoda sombra le hace exa-
minar las 
sangrías (1); todmurmullo parar su carrera;
que el infort
unio es pisoteado generalmente, y a quien cae nadie le asiste ...



(1) Indenting with the way; esto es, ir cortando el camino en forma de dientes. To intend equivale, pues, aquí a to move a zigzag line, to double. Mas ya empleamos arriba el verbo zig zaguear, Y reproducirlousando Shakespeare de otro vocabloseempobrecer su riquísimo sorprendente léxico.
(1) To stop, que aquí cobra el raro sentido de to check the bleeding owoundComo se ve, estos pasajes de Shakespearson de una extremada dificultad.                        

»Estate quieto y escucha un poco más. Vamos, no te
rebeles, pues no te pondrás en pie. Si, cosa en mí extraña,
me oyes moralizar, es para hacerte que odies la caza del
jabalí. Por eso he aplicado esto a aquello, así y asá, pues
el amor sabe darse cuenta de todos los peligros ...
»¿Dónde me quedé?»
*

«No me importa dónde -contesta él- o Dejadme par-
tir, y ésa será una excelente conclusión del relato. La no-
che va a cerrar.» «Bien, y ¿qué me importa?» -dice Ve-
nus-. «Me aguardan mis amigos; y ya está oscuro, y al
marchar tropezaré.» «De noche -exclama ella- es cuan-
do ve mejor el deseo.
*

»Pero, si caes, oh, imagina que la tierra, prendada de
tus pasos, no lo hace sino para robarte un beso. Las ricas
preseas convierten en ladrones a los hombres honrados. Por
eso tus labios hacen taciturna y solícita a la casta Diana,
que teme hurtar una caricia a tu boca y morir perjura.

*

    »Ahora percibo la razón de esta noche sombría. Cintia, 
pudorosa, quiere oscurecer su fulgor de plata hasta que la
falsaria natural
eza sea convencida de traición, por haber
r
obado al cielo los moldes divinos en que te ha formado, a
d
especho del prepotente Olimpo, a fin de avergonzar al sol
d
urante el día y a ella durante la noche.

*

»Y por eso ha sobornado a los Destinos para que frus- 
tren la portentosa obra de la naturaleza, mezclen enferme-
dades a la hermosura, y la pura perfecc
ión a las impuras
imperfec
ciones, y la sometan a la tiranía de crueles acci-
dentes y a toda clase de desgracias.

*

»Como fiebres abrasadoras, ictericia y abatimiento, pes-
tilen
cias que emponzoñan la vida, locuras furiosas, la fu-
nesta afección que corroe la medula de los huesos y cuyos
estragos corrompen la sangre al encenderla. Las náuseas, las
apostemas
, el dolor y la negra desesperación, han jurado
la muerte de la naturaleza por haberte creado tan hermoso.

*

»El menor de todos esos males va a derribar la belleza
en un sol
o minuto de lucha. La finura de rasgos, la frescu-
ra perfumada d
e la sangre, lo encarnado de la tez y los
encantos de toda especie que ant
es cautivaban al espectador
imparcial, todo ello se ve de pronto a
rruinado, disuelto,
c
onsumido, como la nieve de las montañas se derrite al sol
del medi
odía.


*


»Por consiguiente, a despecho de la estéril castidad, de
las vestales privadas de amor y de las monjas que a sí mis-
mas se aman y quisieran acarrear sobre la tierra una esca-
sez de hijas e hijos, sé pródigo. La lámpara que arde du-
rante la noche agota su aceite para prestar al mundo su luz.

»¿Qué es tu cuerpo sino una tumba devoradora, aparen-
tando sepultar aquella posteridad que, según la ley del
tiempo, habrá forzosamente de elegirte, como no la destru-
yas en el misterioso germen? Si lo haces, el mundo te mi-
rará con desprecio, por haber aniquilado con tu orgullo tan
halagadoras esperanzas.

»Así, en ti mismo destruyes a ti mismo, crimen peor que
la guerra civil entre ciudadanos, o que el de esas gentes que
llevan contra sí sus manos desesperadas, o que el del padre
sanguinario que priva a su hijo de la existencia. El orín
sucio y corrosivo carcome el tesoro enterrado; pero el oro
que se halla en circulación produce más oro aún.»

«¿Es decir -exclama Adonis-, que empezáis otra vez
con vuestros fastidiosos y vanos discursos? El beso que os
di ha sido otorgado en balde, y más que en balde lucháis
contra la corriente; pues juro por esta noche morena, odio-
sa nodriza del placer, que vuestra disertación me hace ama-
ros menos y menos.


“Si el amor os hubiese prestadi veinte mil lenguas y cada una fuera más persuasiva que la vuestra propia y cautivase como los cánticos voluptuosos de la sirena, sus
tentadores acentos resonarían vanamente en mis oídos; pues
sabedlo, mi corazón vigila armado en ellos, y no dejaría
entrar
allí un solo pérfido son,

»no fuera que la engañosa armonía se deslizara en el
apacible recinto de mi pecho, y mi pobre corazón, p
rivado
entonces de descanso en su dormitorio, se viese totalmente
perdido. No, señora, no; mi corazón no aspira a gemir;
antes duerme profundamente en tanto duerme solo.
*
»¿Qué habéis anticipado que yo no pueda refutar? El
sendero que conduce al peligro es dulce. Yo no aborrezco
el amor, sino vuestro artificio amoroso, que concede sus
caricias al primer extraño. ¡Que lo hacé
is para multiplicar
la especie! ¡Disculpa singular, cuando la razón se con-
vierte en celestina de los abusos de la lujuria!
*
»No llaméis a esto amor, pues el Amor huyó al cielo
desde que la sudorosa Lujuria usurpó su nomb
re sobre la
tierra; bajo cuya semejanza inocente se ha nutrido de la
fresca hermosura mancillándola con oprobio; que la ardien-
te tirana la deshonra y acto seguido la arruina
, como las
orugas a las tiernas hojas.


»El Amor consuela como los rayos del sol después de la
lluvia; pero los e
fectos de la Lujuria son como la tempes-
tad después del sol
. La suave primavera del Amor conser-
va perenne su frescura; mas el invierno de la Lujuria llega
antes que medie el estío. El Amor nunca se sacia; la Lu-
juria muere como un glotón. El Amor es todo verdad; la
Lujuria conjunto de mentiras fa
laces.

*

»Más podría decir, pero no me atrevo a hablar más;
el texto es viejo; el orador, harto novicio. Por otra parte,
estoy apesadumbrado y quisiera retirarme. Mi rostro rebosa
de vergüenza; mi corazón, de pesar. Mis oídos, que han
escuchado vuestra conversación sensual, arden en sí por
haber sufrido tal ofensa.»
*

Dicho lo cual se desprende del dulce abrazo de estos be-
llos brazos que le encadenaban al seno de la diosa, y se
lanza presuroso hacia su albergue a través del claroscu-
ro (1), dejándola tendida en tierra y sumamente contristada.
¡Mirad! Como una estrella brillante caída del cielo, así
se desliza Adonis, en la noche, y desaparece a los ojos de
Venus.
*

Ella le sigue con la vista, como aquel que sobre la ribe-
r
a contempla a un amigo que acaba de embarcarse, hasta
que las olas embravecidas, cuyas crestas contienden con las
nubes que tocan, no le permiten verlo más. Ig
ual que las
ondas, la noche tenebrosa y sin piedad c
ubre el objeto de
que se nutría su mirada.
*

(5)     Dark laund. Aquí laund. es como si dijéramos glade, cañada o. más bien, el claro o Sitio de una selva desprovisto de
árboles.

Suspensa de pronto, como el que por inadvertencia ha
dejado caer una joya preciosa en un torrente de agua; va-
cilante, como lo están frecuentemente los que vagan de no
-
che cuando se les apaga la luz en algún bosque sospechoso,
permanece desconcertada en las tinieblas, después de haber
perdido el brillante explorador de su ruta.

entonces golpea su corazón, que gime de modo que
todas las grutas vecinas, pareciendo turbadas, hacen la re
-
petición verbal de sus querellas. Los lamentos redoblan
hondamente
los lamentos. «¡Ay de mí!» -exclama, y vein-
t
e veces: «¡ Desdicha! ¡ Desdicha l» Y veinte ecos gritan
veinte veces su clamor.
*

Ella, al observado, apunta una nota sollozante y entona
i
mprovisadamente un canto melancólico; de cómo el Amor
esclaviza a los jóvenes y hace chochear a los viejos; cómo
la pasión es prudente en su locura y loca en su prudenci
a.
Su grave antífona concluye siempre en «desdicha», y el
coro de ecos responde siempre así
.

*

Prolongado fue su canto, cuyo tedio duró toda la noche,
pues las horas de los amantes son largas, aunque parezca
n
breves. Si disfrutan de un mutuo contento, se imaginan que
los demás se deleitan en circunstancias semejantes a las su-
yas, con parecidos placeres. Sus prolijas historias, tantas
veces comenzadas, acaban sin audito
rio y nunca concluyen

Pues ¿qué otra compañía tendrá para pasar la noche,
sino vanos murmurios, semejantes a parásitos atmosféri-
cos, que sólo tienen la apariencia de la palabra y que como
camareros de lengua ágil responden a cada llamada y adu-
lan de este modo
.el humor de los espíritus fantásticos? La
dios~ dice «así es» y todos contestan «así es»; y hubieran
replicado detrás de ella si hubiese dicho «no».


¡Ved! He aquí aparecer ya la gentil alondra que, fati-
gada del reposo, desde su húmedo albergue se remonta a
las alturas y despierta a la mañana, sobre cuyo pecho de
plata se yergue el sol en toda su majestad, dirigiendo al
mundo una mirada tan resplandeciente, que las cimas de
los cedros y los collados parecen de oro bruñido.
*
Venus lo saluda con este placentero «buenos días»:
«¡Oh! Tú, claro dios y padre de toda luz, de quien cada
lámpara y brillante estrella toma el rico influjo que la hace
vivificar: hay aquí en la tierra un niño amamantado por
una madre mortal, que puede prestarte luz como tú la pres-
tas a otros.»
*
Esto dicho, se encamina apresuradamente hacia un bos-
que de mirtos, admirándose de ver tan avanzada la ma-
ñana y de no haber tenido aún nuevas de su amante;
pó-
nese a escuchar para distinguir los lebreles de éste y el son
de su trompa. En seguida percibe su ruidoso estruendo.
y con toda premura acude hacia el lado de donde parte
el rumor.


a medida que corre a través de los arbustos del cami-
no, unos la prenden por el cuello, otros le besan la cara,
otros se enlazan alrededor de sus muslos para obligada a
que se detenga. Ella se desase vivamente de sus estrechos
abrazos, como una lactífera gama que, atormentada por sus
mamas henchidas, se desliza presurosa a dar sustento a su
cervatillo, oculto en algún helechal
.

A esto, escucha que los perros están acorralados; enton-
ces se estremece, como el que descubre precisamente en su
camino una serpiente enroscada en pliegues funestos que,
sobrecogido de terror, tirita y tiembla; así el quejumbro-
so alarido de los lebreles conturba sus sentidos y aterra
su alma
.
*
Porque ahora comprende que no es una caza inofensiva;
sino la del feroz jabalí, el oso brutal o el soberbio león
;
pues el ruido parte siempre del mismo punto en que los
perros lanzan sus ladridos prolongados y temerosos. En
presencia de un enemigo tan terrible todos, sin duda, se
han hecho la cortesía de cederse mutuamente el honor d
e
iniciar el ataque.
*
Ese lúgubre clamoreo retumba tristemente en sus oídos
y los atraviesa para ir a sorprende
r su corazón que, su-
cumbiendo bajo la inquietud y el pálido temor, paraliza
con helada flaqueza todos sus sentidos, a semejanza de los
soldados que, al ver rendirse a su capitán, huyen cobard
e-
mente y no osan sostener el campo de combate.

Así el miedo y turbación le dominan, hasta que, al fin,
apelando a sus sentidos desconcertados, les declara que lo
que les impresiona es una alucinación sin fundamento, un
error pueril
. Ruégales entonces que desechen todo espanto,
que no sientan más temor; y al pronunciar estas palabras,
ve asomar al perseguido jabalí,
*
cuyo hocico espumoso, coloreado de manchas rojas, como
una mezcla confusa de sangre y leche, la llena de un se-
gundo terror, que se extiende a todos sus nervios y la im-
pulsa a precipitarse locamente sin saber dónde va; toma
este camino, y ahora no quiere ir más lejos, y vuelve sobre
sus pasos para acusar de asesino al jabalí.
*
Mil emociones contrarias la llevan a mil lugares; pisa
los senderos que ya había hollado
. Su premura más que
rápida alterna con detenciones, que remedan los procedi-
mientos de un cerebro embriagado. Multiplicada su aten-
ción, a nada empero atiende; y emprendiéndolo todo, no
lleva nada a cabo.
*
Aquí halla un lebrel agazapado en un helecho, y pre-
gunta por su dueño al infeliz rendido; allá tropieza con
otro, que lame sus heridas, único emplasto infalible contra
las llagas venenosas
. Y más lejos, en fin, encuentra un ter-
cero, tristemente ceñudo, al que habla, y él replica con
aullidos.
*
Apenas éste ha cesado en su alboroto, en que resuena la
desgracia, otro aullador, con la boca co
lgante, negro y mal
encarado, descarga contra el cielo su voz a todo alcance; 
uno más y otro después le responden batiendo el suelo con
sus soberbios rabos, sacudiendo sus o
rejas desolladas y
dej ando regueros de sangre según caminan.
*
¡Ved! De igual modo que las pobres gentes del mundo
se espantan por las aparic
iones, señales y prodigios que han
estado observando mucho tiempo con ojos recelosos, y les
han llenado de profecías sinie
stras, así ella, ante estos tris-
tes indicios, siente que va a faltarle el aliento, y suspirando
otra vez, se encoleriza contra la
Muerte:
*
«Tirano horrible, feo, flaco y descarnado, odioso enemi-
go del Amor -así apostrofa a la Muerte-, espectro de
lúgubre mueca, culebra de la tierra, ¿es que pretendes e~-
tinguir la hermosura y robar el aliento del que, cuando VI-
vía, su aliento y su hermosura habrían añadido esmalte a
la rosa y perfume a la violeta?
*
»Si ha muerto, ¡oh, no, viendo su belleza, es imposible
que le hayas herido! ¡Oh, sí, cabe que sea! Tú no tienes
ojos que m
iren, sino que en tu furor golpeas a la ventura.
Tu blanco es la débil edad, pero tu dardo alevoso tuerce
su puntería y atraviesa el corazón de un joven.
*
»De haberle prevenido siquiera, te hubiese él entonces
hablado, y al oí
rlo, tu fuerza habría perdido su poder. Los
Destinos te maldecirán por este golpe. ¡El
los te ordenaron
que cortaras una mala hierba y tú arrancaste una flor! La
dorada saeta de Cupido fue la que debió herirle y no pri-
varle de la vida el dardo de ébano de la Muerte.
*
»¿Bebes lágrimas para provocar tantos lloros? ¿En qué
puede serte útil un suspiro desgarrador? ¿Por qué has su-
mido en el sueño eterno esos ojos, que enseñaban a ver en
ellos a todos los demás ojos? Ahora la naturaleza no se
cuida de tu vigor mortal, desde que su más bella obra ha
sido destruida por tus rigores.»
*
Al llegar aquí, como quien está henchida de desespera-
ción, entorna sus párpados que, lo mismo que esclusas, de-
tienen el flujo de cristal que corre por sus dos bellas meji-
llas al dulce cauce de su seno
. Pero la lluvia de plata rompe
las puertas que se le oponen y vuelve a abrirlas con la
violencia de su curso.
*
¡Oh! ¡Qué bien se dan y toman lágrimas y ojos! Sus
ojos se miran en las lágrimas, las lágrimas en sus ojos, do-
ble cristal que refleja un doble sentimiento que los suspiros
amigos tratan de secar. Mas como en un día borrascoso, en
que reinan ahora el viento, ahora la lluvia, los suspiros se-
can sus mejillas y sus lágrimas las mojan otra vez
.
*
Emociones variables se agrupan en torno de su continuo
sufrimiento, como luchando a cuál le convendrá mejor su
dolor
. Todas hallan cabida, e insisten de tal modo, que
cada uno de los pesares presentes parece el preferible; pero


no es el mejor; entonces se reúnen todos juntos, como tro-
pel de nubes que se consultan para el mal tiempo.
*
De pronto se oye a lo lejos el lejano «alalí» de un ca-
zador. ¡Jamás canto alguno de nodriza deleitó más a su
niño de pecho! Este sonido de esperanza logra ahuyenta
r
la imagen cruel que frecuentaba su alma, pues ahora la re-
naciente alegría la invita a regocijarse y la halaga con la es-
peranza de que es la voz de Adonis.
*
Entonces sus lágrimas comienzan a refluir y quedan apri-
sionadas en sus ojos como perlas en el
vidrio. A veces, sin
embargo, se escapa de ellos una go
ta de oriente, que su
mejilla absorbe, como temiendo que vaya a lavar la sucia
cara de la tierra fangosa, que sólo muestra embriaguez
cuando ella parece inundada de aflicción.
*
¡Oh escéptico amor! ¡Qué extraño te manifiestas, no
creyendo y siendo, no obstante, demasiado crédulo! ¡Tu
bondad y tu desgracia son igualmente extremas! La de-
sesperación y la esperanza te hacen
ridículo. La una te
halaga con irrealizables pensamientos. La otra te mata
en seguida con realizables ideas.
*
Ahora se apresura a deshacer la tela que ha tejido. Ado-
nis vive y la Muerte no es censurable. No fue ella quien
hace poco
la acusó de no valer nada; por el momento aña-
de títulos de honor a su odioso nombre; y la llama reina de las tumbas, tumba de los reyes, soberana suprema de todas las cosas mortales.

«No, no -dice-; dulce Muerte, yo no hacía sino bur-
larme; sin embargo, perdóname; sentí una especie de te-
mor así que encontré al jabalí, esa bestia sanguinaria que
no conoce la piedad, sino que es siempre irritable. Por ello,
sombra clemente -debo confesar la verdad-, te insulté,
pues temí la muerte de mi amor.


»No fue culpa mía. El jabalí desató mi lengua; véngate
de él, invisible dominadora; ese odioso ser es el que te ha
ofendido; yo fui sólo el instrumento; él, el autor de la
calumnia. El dolor tiene dos lenguas, y ninguna muj er ha
sabido todavía hacer uso de ambas sin el ingenio de diez
mujeres.»
Así es como excusa su precipitada sospecha, en la espe-
ranza de que Adonis vive
todavía; y para que su belleza
pueda quedar mejor al abrigo, trata humildemente de in-
sinuarse en las buenas gracias de la Muerte; le habla de
trofeos, de estatuas, de tumbas, y
le cuenta sus victorias,
sus triunfos y sus glorias
.

« ¡ Oh, Júpiter -dice-, qué insensata fui, por ser de
espíritu tan sencillo y débil para llorar la muerte del que
vive y no puede morir sin la ruina de la especie humana,
pues muerto él se acaba con él la belleza, y muerta la be-
lleza, vuelve el negro caos!


»¡Quita, quita, amor apasionado! Tan lleno te hallas de
temor como un hombre cargado con un tesoro y circuido
de ladrones. Quimeras absurdas a los ojos y al o
ído inquie-
tan con falsas alarmas tu cobarde corazón.»

Apenas ha dicho estas palabras, escucha una alegre trom-
pa, y la poco antes abatida, salta de contento.
Semejante al halcón hacia su presa, parte volando; el
césped no se inclina bajo sus plantas, tan ligeramente lo
roza; y en su apresuramiento distingue desgraciadamen
te
el triunfo del innoble jabalí sobre su bello amado. Al ver-
lo, sus ojos, como asesinados por la visión, se nublan igual
que estrellas intimidadas por el día
o como el caracol cuando le tocan sus delicadas ante-
nas, herido entra a reculones con esfuerzo en su caverna
conchuda
, y allí, todo encogido, permanece largo tiempo
en la sombra, sin osar desl
izarse de nuevo, así, ante aquel
espectáculo sangriento
, sus ojos se refugian en los cuéva-
nos sombríos y profundos de su cabeza

Donde resignan su oficio y su luz a la disposición del
cerebro turbado, que les manda asociarse por siempre con
la noche horrorosa, y nunca her
ir de nuevo con sus mira-
das al corazón, que como un rey inquieto en su trono, ex-
hala, a instigación de aquéllos, un lúgubre gemido.

Al punto, cada uno de sus sentidos, súbditos tributarios
d
el corazón, comienza a temblar; lo mismo que el viento
aprisionado en la tierra, luchando para abrirse paso con-
mueve los cimientos del mundo y a esta sacudida las al-o
mas de los hombres quedan paralizadas por un frío terror,
a
sí esta anarquía de sentidos sorprende de tal modo cada
parte de su cuerpo, que sus ojos saltan de nuevo de sus
os
curos albergues.

abiertos después, dejan caer con pesar sus rayos sobre
la ancha herida causada por el jabalí en el tierno costado
de Adonis, cuya blancura de lirio habitual se veía inunda-
da por las lágrimas purpúreas que su herida había llorado.
o existía flor inmediata, ni hierba, planta, hoja o raíz
que no hubiese robado su sangre y no pareciera sangrar
con él.

La pobre Venus nota esta triste conformidad de sufri-
miento (1); deja inclinar la cabeza sobre uno de sus hom-
bros; su desesperacn es muda, su delirio frenético. Piensa
que él no puede morir, que está con vida. Su voz queda
embargada, sus articulaciones no saben doblarse, sus ojos,
por haber llorado hasta ahora, están irritados

(1) This solemn symp athy, Para Schmidt, solemn tiene aquí el sentido de sad. Según Onions, sympathy vale ahora likeness in suffering.

Tan fijamente mira la herida, que su vista, deslumbrán- 
dose, hace aparecer triple la llaga; y entonces reprende a
su
s ojos despedazadores, que multiplican las heridas donde
no debiera haber ninguna. Para ella dirase que existen dos
rostros; cada miembro le parece doble; pues la vista se
engaña de continuo al hallar el cerebro perturbado.

«Mi lengua -dice- no puede expresar mi dolor por
un solo Adonis muerto, ¡y estoy viendo dos! No me restan
s
uspiros; mis amargas lágrimas se han agotado, mis ojos
se ha
n convertido en fuego, mi coran en plomo. ¡Ojalá
el plomo de mi pesado coran se fundiese en el fuego
enrojecido de mis ojos! Así sucumbiría bajo las gotas de mi
deseo abrasador.

»¡Ay! ¡Pobre mundo! ¡Qué tesoro has perdido! ¿Qué
semblante viviente resta digno de que se le mire? ¿Qué len-
gua queda ahora musical? Y en el pasado o en el porve-
nir, ¿qué otra cosa que pueda enorgullecerte? Las flores
tienen esencias, sus colores frescura y adorno; pero la be-
lleza verdaderamente encantadora ha vivido y ha acaba-
do con él.

» ¡Que ninguna criatura lleve desde hoy bonete y velo!
Ni el sol ni el aire tratarán ya de besaras, pues no ha-
biendo hermosura que perder, todo temor es inútil. El sol
os
desdeña y el viento os silba. Pero cuando Adonis vivía,
el sol y el aire áspero le acechaban, como dos ladrones,
para robarle sus hechizos.
»Y así, cuando se cubría con su bonete, el alegre sol se
esforzaba por filtrarse por entre sus bordes, y el viento lo
levantaba, para que una vez caído, pudiera jugar con sus
bucles. Adonis entonces lloraba; y viento y sol, condolién-
:
dose de sus tiernos años, luchaban los dos a quién secaría
el primero sus lágrimas.


»Por ver su cara, correteaba el león detrás de algún
soto, pues no quería asustar le
. Cuando cantaba, el tigre,
por gozar de su canto, habríase amansado para escucharle
lindamente
. Si hubiera hablado, dejara el lobo su presa,
sin alarmar ese día al inocente cordero
.
*
»Cuando contemplaba su sombra en un arroyo, los peces
e
xtendían sobre la superficie sus aletas doradas; cuando se
aproximaba a los pájaros, la alegría de éstos era tan gran-
de, que los unos cantaban y los otros le traían en el pico
moras y rojas cerezas maduras. Él los alimentaba con su
presencia y ellos le alimentaban con sus frutos.
*
»Mas este inmundo y horrendo jabalí de hocico erizado,
cuyos rastreros ojos buscan siempre una tumba, jamás vio
la belleza de que estaba reve
stido. Prueba de ello la ma-
nera con que lo ha tratado. Y si miró su figura, pienso
entonces que su intención fue besarle y lo mató sin saberlo.
*
»Es verdad, es verdad; así sucumbió Adonis. Corrió con
su aguda lanza sobre el jabalí, que no afilaba sus defensas
contra él, sino quería desarmarle con un beso, 

y acomodándole en su ijada, el amoroso puerco le hundió inopinadamente el colmillo en su tierno costado.


»Si yo hubiera tenido dientes como él, debo confesarlo,
le habría dado muerte la primera con mis besos; pero ha
muerto; ya no bendecirá mi juventud con la suya, ... y por
ello quedo más maldecida.»
A esto, cae desplomada en tierra, e impregna el rostro
en su sangre coagulada.
*
Mira sus labios: están descoloridos; se apodera de sus
manos: las halla frías; murmura en sus oídos el relato de
su desesperación, como si éstos oyeran las palabras dolo-
rosas que pronuncia
. Levanta los párpados que cerraban

(1) Nota Malone que Sheepheard se expresa de modo parecido en su canto de Venus y Adonis:
On the ground he lay,
Blood had lejt h
is cheeke:
For an orped swine
Sm
it him in the groyne;

empero en lo que no reparó Malone es en la sorprendente semejanza que ofrece el pasaje con otro del Adone (1623) de Giovan-
ni Battista Marino (1565-1625), el pretendido innovador italiano, que muy bien pudo extraer sus aportaciones a la poesía de los
eufu
istas ingleses. Véase:
Col mostacchio crudel baccier gli oolle
II [ianco, che vincea le nevi istesse,
E credendo lambir l'avorio molle
Del [ier den te la stampa entro s'impresse.
Ve
zzi [ur gli urti, atti amorosi e gesti
Non le in signo natura altri che quest
i.

La estancia hállase asimismo en sextinas, con igual combina-
ción de rimas que en el poema de Shakespeare.
sus ojos, y ¡ay!, sólo ve dos lámparas extintas que yacen
en la oscuridad
.
*
Dos espejos donde ella, ella misma, se miró mil veces
y ya no reflejan nada. Perdida la virtud en que antes ex-
cedían, cada una de las bellezas de Adonis está despojada
de su
s atractivos. «¡Maravilla de los tiempos! -exc1a-
ma-; éste es mi despecho; que, estando tú sin hálito, el
a sea aún luminoso.
*
»Pues ya has muerto, ¡ay!, he aquí mi profecía: desde
hoy el amor tendrá por compañero al dolor; los celos se-
n su escolta; su comienzo será dulce, mas su final ínsí-
pido. Alto o bajo, jamás se equilibrará; de suerte que to-
d
os los placeres del amor no compensarán sus sufrimientos.
*
»Será falso, voluble y lleno de fraude; el mismo soplo
le verá nacer y quedar marchito. Su fondo estará empon-
z
oñado; y la cima, impregnada de dulzuras que engaña-
rán la vista más penetrante; hará excesivamente débil al
cuerpo más vigoroso; herirá al sabio de mutismo y otor-
gará la palabra al necio.
*
»Será económico y también desordenado; enseñará a la
edad provecta a medir pasos de baile e impondrá la re-
serva al libertino desconcertado; arruinará al rico y enri-
quecerá al pobre; unirá la locura frenética a la apacible
c
andidez; hará del joven un viejo y del anciano un niño.
*


»Sospechará donde no haya motivos de temor; no ten-
drá temor donde deba sentir el mayor recelo; será compla-
ciente y a la vez demasiado severo
, y tanto más engañoso
cuanto parezca más justo
. Será perverso bajo el disfraz
de franco, e inf
undirá miedo al valiente y valor al co-
barde.
*
»Engendrará guerras y funestos tumultos; introducirá la
discordia entre el hijo y el padre; será súbdito y obediente
esclavo de todos los descontentos, como una mater
ia seca
y combustible es esclava y súbdita del fuego
. Pues la muer-
te me ha llevado mi amor en su primavera, los que mejor
amen no disfrutarán de sus amores.»
*
Esto dicho, el doncel que yacía muerto junto a ella, de-
sapareció ante su vista como si se hubiese evaporado, y de
su sangre, fluente sobre el suelo, brotó una flor purpúrea
,
matizada de blanco, perfecta imagen de sus pálidas meji-
llas
y de la sangre vertida en gotas esféricas sobre su
blancura.
*
Venus, inclinando la cabeza, aspira el aroma de la tier-
na flor nacida y lo compara con el aliento de su Adonis,
y dice que esta flor reposará en su seno, ya que él ha sido
arrebatado de ella por la muerte. Troncha
el tallo, y de la
incisión escápase una savia
verdosa, que ella compara a las
lágr
imas.
*
«¡Pobre flor -dice-, dulce retoño de un ser más bal-
sámico aún; de esta guisa mojaba tu padre los ojos a la
menor contrariedad! Crecer para sí era su inclinación, como
ha sido la tuya; mas sabe que tanto da que te marchites
en mi pecho como en su sangre.


»¡Aquí estuvo el lecho de tu padre; aquí, en mi seno!
eres el más cercano a su sangre, y te corresponde en
herencia
. ¡Ven! ¡Reposa en el hueco de esta cuna; mi co-
razón palpitante te mecerá día y noche! ¡No dejaré trans-
currir un minuto en una hora sin besar la flor de mi dul
-
ce amor!»

Así, fatigada del mundo, se aleja de aquel lugar y aparea
sus palomas de plumaje argentino; mediante cuya
viva
asistencia su señora es transportada rápidamente en su alí-
gero carro, a través de los cielos vacíos; ellas dirigen su
carrera hacia Pafos, donde su reina promete entrar en clau
-
sura y no dejarse ver jamás.





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