martes, 28 de julio de 2015
EL ACCIDENTE DE LA SEDA
Doce años después, la misma sensación de Mallorca en 2003. De aquél mar, que no quería abandonar, escribí entonces:
“Eres la espalda azul de una mujer.
Llénate de espejos, mar,
que me hagan pensar que no voy, que vengo".
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Esta vez, me ha sucedido con Castilla, cuando la dejaba atrás.
"Recuerdas a una mujer yaciente.
Rubia y roja, miras al cielo azul más que a Oriente.
Lágrimas de robles y acequias verdes,
recorren tu vientre arenoso".
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Curiosa y súbitamente, me ha venido a la mente una versión negativa:
"La tiara de perlas has vendido;
las tardes de verano;
el cabello de diamante negro;
panes haces de luz y espinos.
Eres un accidente de la seda: ¡Paja!".
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Como es martes, me permito ponerme morriñoso:
"El tiempo, mayordomo silencioso,
retira los almohadones de mi cama.
Y en vez de abrirlas,
cierra todas la ventanas".
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Un amanecer del verano del 2006 en La Garbinada y una media tarde en la Venta de la Luz -arriba de Villanueva de Cameros- tuve las sensaciones contrarias. Me equivoqué. Creía tenerlo todo y estaba cerca de no tener nada.
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