sábado, 21 de marzo de 2015

LA JUNGLA NEGRA

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LOS MISTERIOS
DE LA JUNGLA NEGRA

EMILIO SALGARI
Los misterios de la jungla negra (1895)

Tremal-Naik se puso en pie sorprendido, desconcertado por el espectáculo que se ofrecía a sus ojos.

Se encontraba en una especie de
inmensa cúpula, cuyas paredes estaban
curiosamente pintadas. Las primeras
diez encarnaciones de Visnú, el dios
protector de los indios, que tiene su
residencia en el Vaicondu o mar de leche
de la serpiente Adissescien, estaban
pintadas alrededor, rodeadas por los
principales deverkeli o semidioses
venerados por los indios, protectores de
los ocho ángulos del mundo, habitantes
del sorgon, esto es, el paraíso de los que
no tienen méritos suficientes para ir al
cailasson o paraíso de Siva. 


Hacia la mitad de la cúpula estaban esculpidos
los cateros, gigantescos genios del mal
que, divididos en cinco tribus, van
errando por el mundo del que no
pueden salir ni merecer la beatitud
prometida a los hombres sin antes haber
recogido gran número de plegarias.

En medio de la pagoda se elevaba
una gran estatua de bronce, que
representaba una mujer con cuatro
brazos, uno de los cuales blandía una
larga daga y otro una cabeza.

Un gran collar de calaveras le
colgaba hasta los tobillos y un cinturón
de manos y brazos cortados le ceñía las
caderas. El rostro de aquella horrible
mujer estaba tatuado y sus orejas
adornadas con aros; la lengua, pintada de
un rojo intenso, del color de la sangre,
sobresalía más de un palmo de los labios
en los que se dibujaba una feroz sonrisa;
grandes brazaletes rodeaban sus
muñecas y los pies se posaban sobre un
gigante cubierto de heridas.

Aquella divinidad -se percibía a
primera vista- transportada por la
embriaguez de la sangre, danzaba sobre
el cuerpo de la víctima.


-¿Estoy soñando? -murmuró
Tremal-Naik, frotándose varias veces
los ojos- ¡No comprendo nada!

No había terminado aún cuando un
ligero crujido llegó a sus oídos. Se volvió
con la carabina en las manos, pero .
enseguida retrocedió hasta la 
monstruosa divinidad, conteniendo
a duras penas un grito de estupor
y alegría.

Ante él, en el umbral de una
puerta dorada, estaba una muchacha
de maravillosa belleza, con el más
angustioso terror reflejado en el rostro.


Debía de tener catorce años. Era esbelta
y de formas extraordinariamente
elegantes. Sus facciones eran de una
pureza antigua, animadas por la
centelleante expresión de la mujer
angloindia. 


Tenía la piel rosada, de una
suavidad incomparable, los ojos
grandes, negros y brillantes como
diamantes; una nariz recta que nada
tenía de india y labios delgados,
coralinas, medio abiertos en una
melancólica sonrisa que permitía
distinguir dos filas de dientes de
deslumbrante blancura.
Su abundante cabellera, de color
castaño oscuro, separada en la frente
por un ramillete de gruesas perlas,
estaba recogida en nudos y
entrelazada con flores de jazmín de
suave perfume.

Tremal-Naik, como se ha dicho,
había retrocedido hasta la monstruosa
estatua de bronce.

-¡Ada! .Ada! ¡La aparición de la
jungla!
-exclamó con voz alterada.

No supo decir nada más y se quedó
allí, mudo, extasiado, absorto en
1;1
contemplación de aquella soberbia
criatura que continuaba observúndolo
con profundo terror. 


Inesperadamente,
la muchacha dio un paso adelante
dejando caer al suelo el amplio sari de
seda, ribeteado por una ancha franja
de delicados dibujos azules, que la
cubría como una gran capa.

La envolvió un haz de luz
deslumbrante, que obligó al cazador
de serpientes
a cerrar los ojos.

Aquella joven estaba literalmente
cubierta de oro y de piedras preciosas
de inestimable valor. Una coraza de oro,
cuajada de los más hermosos diamantes
 de Golconda y de Guzerate y adornada 
con la misteriosa serpiente con cabeza
de mujer, 
le cubria todo el pecho y
desaparecía bajo un ancho chal de
cachemira bordado en plata que le
ceñía
las caderas. 

Le colgaban del cuello
muchos collares de perlas y diamantes
del tamaño de una nuez. Grandes
brazaletes cubiertos también de
piedras preciosas le adornaban los
brazos desnudos, y los
anchos ca1zones
de seda blanca iban sujetos a los
tobillos de los pies pequeños y
descalzos por aros de coral de un
hermoso color rojo.


Un rayo de sol que
había penetrado por una estrecha
abertura al iluminar aquella profusión
de oro
y brillantes sumergió
a la jovencita en un mar' de luz
cegadora.

-¡La visión! ¡La visión! - repitió
por segunda vez Tremul-Naik
.
tendiendo los brazos hacia ella-. 


¡Oh! ¡Qué hermosa!

-Oye, muchacha: yo no había visto
nunca una cara de mujer en mi jungla
poblada solo por los tigres. Cuando
te vi por primera vez a los últimos rayos
de Sol del atardecer, allí, detrás de aquel
matorral de mussenda. me sentí
estremecer. Me pareciste una divinidad
bajada del cielo
y te adoré.

-¡Calla! ¡Calla! - replicó con voz
cntrecortada la joven, escondiendo la
cara entre las manos.

-No puedo callar, bella flor de la
jungla' -exclamó 'I'remal-Naik con
mayor pasión. Cuando desapareciste
me pare
ció que me arrancaban algo
del corazón. Me sentía embriagado.
tu imagen danzaba ante mis ojos,
la sangre corría más rápida por mis
venas y lenguas de fuego me abrasaban
E1 rostro
y hasta el cerebro. Parecía
que me hubieras embrujado.


-¡Tremal-Naik! -murmuró con
ansia la muchacha.


-Aquella noche no dormí -prosiguió el cazador de serpientes-, 
tenía fiebre y un deseo furioso de volver
a ver te, ¿Por qué'? Lo ignoraba, no podía
entender lo que me sucedía, Era la
primera vez en mi vida que sentía tal
emoción. Pasaron quince días. Todas las
tardes, al ponerse el Sol, te volvía a ver
detrás de la mussenda y me sentía feliz
junto a ti: me sentía
transportado a otro
mundo, parecía otro hombre.
no me
hablabas. pero me mirabas, yeso me
bastaba: tus miradas eran elocuentes y
me decían que tú. 


-Se detuvo jadeante.
mirando a la muchacha que tenía el
rostro oculto entre las manos-o ¡Ah!
-exclamó con dolor-. Entonces no
quieres que hable.

La muchacha se estremeció y le
miro fijamente, con los ojos húmedos.

-¿Por qué hablar -balbuceó ella-
cuando nos separa un abismo? ¿Por qué
has venido, desdichado, a reavivar en
mi corazón una vana esperanza? ¿No
sabes que este lugar es maldito y que
está
prohibido sobre todo a quien amo?

-¡A quien amo! -exclamó-
Tremal-Naik con alegría- . ¡Repite!,
repite estas palabras. bella flor de la
jungla! ".Entonces es cierto que me
amas? ¿Es cierto que venías cada tarde
detrás de 1a mussenda porque me
amabas?


-No me hagas morir, I'rernal-Naik
-exclamó la muchacha angustiada.

-¡Morir! ¿Por qué'? ¿Qué peligro te
amenaza? ¿Acaso no estoy yo aquí para
defenderte? ¿Qué importa que este sea
un lugar maldito? ¿Qué importa si entre
nosotros dos hay un abismo? Yo soy
fuerte, tan fuerte que por ti derribaría
este templo
y destrozaría ese horrible
monstruo ante el que derramas perfumes.


-¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo ha
Dicho?
-Te vi anoche.
- ¿Estabas aquí anoche?
-Sí. estaba aquí, o mejor dicho,
allí arriba, agarrado a aquella lámpara,
precisamente sobre tu cabeza.
-Pero ¿Quién te trajo a este templo?
-La suerte. o, para ser más
precisos, el lazo de los hombres que
habitan esta tierra maldita.
-¿O sea que: te vieron?
-Me persiguieron.
-iAh! ¡Estas perdido, desdichado!
-exclamó la muchacha desesperada.

Tremul-Naik se lanzó a su
encuentro.
- Dime ¿qué misterio es este?
-preguntó con furia apenas refrenada-

¿Por qué tanto terror? ¿Qué significa
esa monstruosa figura que necesita
perfumes? ¿Qué es ese pez dorado que
nada en la pileta? ¿Qué significa esa
serpiente con cabeza de mujer que
llevas esculpida en la coraza? ¿Quiénes
son esos hombres que estrangulan a sus
semejantes y viven bajo tierra?
Lo
quiero saber. ¡ Oh, Ada. lo quiero saber!

-No me preguntes. Tremal-Naik.
-¿Por qué?
-¡Ah, Si supieras e1 terrible
destino que pesa sobre mi: 
-Pero yo soy fuerte.
-¿De qué sirve la fuerza contra
esos hombres?
- Lucharé con ellos despiadadamente.

-Te destrozarán como a un joven
bambú. ¿No desafían también el poder
de
lnglaterra? Son fuertes, Tremal-
Naik. ¡Y terribles! No
 hay nada que se
les resista: ni flotas, ni ejércitos. Todo
cae ante su venenoso aliento.


--¿Pero quienes son?
-No puedo decírtelo,
-¿y si yo te lo pidiera?
-Me negaría.
- Entonces ... ¡desconfias de mí!
-exclamó, Tremal-Naik con rabia.

-¡Tremal-Naik! ¡Tremal-Naik!
-murmuró la infeliz jovencita con
acento desconsolado. El cazador de 
serpientes se cruzó de brazos.

-Tremal-Naik -prosiguió la
muchacha-, pesa sobre mí una condena
terrible, espantosa, que cesará solo
cuando muera. Yo te amé, valiente hijo
de la jungla, te sigo amando, pero ...


-¡Ah! ¡Me amas! -exclamó el
cazador de serpientes.
-Sí, te amo, Tremal-Naik.
-Júralo ante ese monstruo.
-¡Lo juro! -dijo la jovencita
tendiendo la mano hacia la estatua de 
bronce.

-¡Jura que serás mi esposa ... !

Las facciones de la muchacha se
contrajeron súbitamente. 


-Tremal-Naik -murmuró con voz
apagada-, seré tu esposa, si es posible! 


-¡Ah! Tal vez tengo un rival.
-No, ni habrá nadie tan audaz que
ponga sus ojos en mí. Pertenezco a la 
muerte.

Tremal-Naik retrocedió dos pasos
llevándose las manos a la cabeza.


-¡A la muerte!. .. -exclamó.
-Sí, Tremal-Naik, pertenezco a la
muerte. El día en que un hombre ponga
las manos sobre mí el lazo de los
vengadores acabará con mi vida.
-¿Acaso estoy soñando?
-No, estás despierto y quien
te habla es la mujer que te ama.
 -¡Ah! ¡Terrible misterio!
-Sí, terrible misterio,
Tremal-Naik. Entre nosotros hay un
abismo que nadie será capaz de superar.
¡Fatalidad! ¿Qué he hecho yo para
merecer esta desgracia? ¿Qué delito he
cometido para ser maldita?

El llanto ahogó su voz y su cara se
llenó de lágrimas. Tremal-Naik lanzó
un sordo rugido y apretó los puños con
tal fuerza que hizo crujir los huesos.


-¿Qué puedo hacer por ti?
-preguntó, profundamente
conmovido. Tus lágrimas me hacen
daño, bella flor de la jungla. Dime lo
que he de hacer, manda y yo te
obedeceré como un humilde esclavo.
Si quieres que te saque de este lugar,
lo haré, aunque tenga que perder la
vida en el intento.


-¡Oh, no, no! -exclamó la joven
con terror. Significaría la muerte de
ambos.
-¿Quieres que me marche?
Escucha, yo te amo mucho, pero si tu
vida exige que nos separemos para
siempre, destruiré el amor que nació
en mi corazón. Estaré condenado,
será un martirio continuo para mí,
pero lo haré. Habla, ¿qué tengo
que hacer?

La jovencita callaba, sollozando.
Tremal-Naik la atrajo suavemente hacia
sí e iba a hablar cuando fuera resonó la
aguda nota del ramsinga,


-¡Huye! ¡Huye!, Trernal-Naik!
-exclamó la muchacha, fuera de sí por
el miedo-o i Huye o estamos perdidos! 

-¡Ah! ¡Maldita trompeta! -bramó
Tremal-Naik apretando los dientes.
-Vienen -prosiguió la joven con la
voz quebrada-o Si nos encuentran nos
inmolarán a su espantosa divinidad.

¡Huye! ¡Huye!
-¡Nunca!
-¿Quieres que muera?
-¡Te defenderé!
-¡Huye, desdichado, huye!

Por toda respuesta, Trernal-Naik
recogió la carabina que estaba en el
suelo, y la armó.
La muchacha comprendió que
aquel hombre era inflexible.


- ¡Ten piedad de mí! -dijo con
angustia-o Están llegando.
-Muy bien, les esperaré -respondió
Tremal-Naik-. Juro ante mi dios que
al primer hombre que se atreva a
levantarte la mano lo mataré como
a un tigre de la jungla.

-Entonces quédate, ya que eres
inflexible, valiente hijo de la jungla,
yo te salvaré.


Recogió su sari y se dirigió hacia
la puerta por la que había entrado.
Tremal-Naik se lanzó hacia ella
reteniéndola.


-¿Adónde vas? -le preguntó.
-A recibir al hombre que va a
llegar e impedirle que entre aquí.
Volveré contigo a medianoche.
Entonces se cumplirá la voluntad de
los dioses y quizá ... huyamos.


-¿Cómo te llamas?
-Ada Corishant.
-¡Ada Corishant ! ¡Qué hermoso
nombre! Vete, noble criatura. ¡Te
espero a medianoche!

La jovencita se envolvió en el sari, miró por última vez con ojos húmedos a Tremal-Naik y salió conteniendo un sollozo.



                         

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