ZWEIG Y TU
Te conocía a tí y le conocía a él.
Suaves y exquisitos;
el mismo diagnóstico, delineo[1] para
los dos.
Siete lustros después,
estaba hecho un siete.
De cumpleaños,
me obsequiaste con “El mundo de ayer”[2].
Te regalaste.
Dos embarazos tardé en comprender,
lo que alguien entre los editores,
sabiendo o sin saber,
adivinó o presintió:
Stephan Zweig requiere papel de vainilla satén,
portadas aceitosas[3],
negras y rojas.
Lo mismo presentiste tú
al entregarte simbólicamente a mí
en los modos que yo más valoro y tu más eres:
pan de aceite
Tocar los libros sedosos de Zweig
escritos en los vértigos de su siglo,
y publicados por Acantilado,
era tocar tus fueros y desafueros.
Juntar la untuosidad de la mejor lectura con los tactos del sexo.
Oír a Orfeo comer el pan de tu cuerpo.
Al fondo, quemábanse garbanzos blancos y patatas[4].
Crepitaba lo negro y relucía.
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