jueves, 8 de enero de 2015

¿A QUÉ LO ESPERÁBAIS?

...Si ya lo sabía yo. No sé estarme quieto. Me picaba el gusanillo y... 
Ha sido abrir La Biografia de Cervantes en la misma Colección "Grandes Personajes" 
y encontrarme con esta maravilla "al pelo".
A fe mía que quién lea este texto hasta el final 
¡Gozará ! y conocerá




Don Quijote y Cervantes son, en el fondo, reflejo del tiempo en que les tocó vivir, ni más ni menos que los demás personajes y escritores de todos los tiempos.

Por supuesto que cada cual es muy libre de interpretar la historia española del siglo XVI como mejor acomode a su talante, y es también muy libre de hacer del Quijote la lectura que más le plazca, suponiendo, claro está, que la libertad subjetiva pueda prescindir impunemente de la verdad objetiva.


Ya que de libertad se habla, no estará de más recordar estas palabras de Don Quijote: 
«La, libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos»

Y no parece sino que el bueno de Don Alonso Quijano fuera libertario antes de tiempo, obsesionado por la idea de que nadie debe ser privado de la libertad «de por fuerza y no por su voluntad»ni siquiera por obra y gracia de un ensalmo.Por eso se lanza a romper cadenas, quebrar barrotes, humillar superhombres y deshacer encantamientos. Algo sabía Cervantes de justicias, alguaciles, galeras, baños y cárceles, de enredos procesales y de trampas legales.


A Don Quijote le llamaron orate y le tuvieron por loco; a Sancho se le tomó por cuerdo y por ejemplo de sensatez, pero más cordura asimiló Sancho de las locuras; sentencias y visiones de su amo, que de la sabiduría de sus refranes y de la sensatez de sus razonamientos a ras de tierra.


SABEMOS que Don Quijote nació en la cárcel, por más señas la de Sevilla, y, como al decir del autor, "lugar es éste donde toda incomodidad tiene su asiento" y, al decir de nosotros, lugar es donde todo ensueño se convierte en delirio..., delirio de libertad, de justicia, de amor y de penitencia, el Caballero de la Triste Figura viene a ser, por eso es, el más alto símbolo del idealismo humano enfrentado con la sórdida realidad de un mundo gobernado por pícaros, truhanes y aprovechados.


«Nada sabemos -escribe Unamuno- del nacimiento de Don Quijote, nada de su infancia y juventud, ni de cómo se fraguara el ánimo del caballero de la Fe, del que nos hace con su locura cuerdos. Nada sabemos de sus padres, linaje y abolengo, ni de cómo hubieran ido asentándosele en el espíritu las visiones de la asentada llanura manchega en que solía cazar; nada sabemos de la obra que hiciese en su alma la contemplación de los trigales salpicados de amapolas y clavellinas; nada sabemos de sus mocedades.»


¿No exagera este otro don Miguel, también lanzado al quijotismo y, como la criatura de Cervantes, entregado al noble empeño de «desfacedor de entuertos»? Si no lo sabía cuando escribió su notable y apasionada Vida de Don Quijote y Sancho, algo debió intuir en su agonía salmantina cuando, poseído de santa ira quijotesca, arremetió con el ímpetu de los justos contra la mentira que no dejaba oír su voz.


Don Quijote no es sólo una creación literaria en la que la lengua castellana adquiere galanura y gracia sin par, sino un magnífico cuadro en el que la sátira, el humor y el sabio escepticismo de su autor reflejan las desmesuradas ambiciones de un pueblo que había tomado a los gigantes por molinos de viento. Lo contrario que Don Quijote.

Como muy bien dice otro español quijotesco y glorioso, don Santiago Ramón y Cajal :
«De aquel caos tenebroso de la sevillana cárcel, donde se dieron cita para acabar con el genio cuantas lacerías, angustias y miserias atormentan y degradan a la criatura humana, surgieron un libro nuevo y un hombre renovado, el único capaz de escribir este libro¡Obra sin par, amasada con lágrimas y carne del genio, donde se vació por entero un alma afligida y desencantada de vivir!»


Sobre todo desencantada, a pesar del fascinante encanto que rezuma su loco inmortal, un loco que se echó a los caminos para mostramos las miserias de la España imperial que el «rey prudente» gobernaba desde su fabuloso panteón-monasterio de El Escorial «a mayor gloria de" Dios», mientras los caminos se llenaban de pícaros, truhanes y salteadores, y los curas, bachilleres, duques y barberos campaban por sus respetos en la tierra esquilmada por los impuestos y las levas para nutrir los gloriosos tercios de Flandes, contener al turco, impedir la expansión de la herejía protestante y domeñar a los indígenas del Nuevo Mundo descubierto por Colón.

Dos tipos de justicia
Seguir paso a paso las aventuras de este «hidalgo de solar conocido- por trochas, vericuetos y posadas en la España del siglo XVI, es tanto un sano ejercicio para la mente, saturada de triunfalismos imperiales y dogmáticos integrismos, como un deleite espiritual y frecuentemente regocijante en los contrastes dialécticos que se desprenden de los hechos relatados.

Así podrá escribir Ganivet en su Idearium español:
«El entendimiento que más hondo ha penetrado en el alma de nuestra nación, Cervantes, en su libro inmortal, separó en absoluto la justicia española de la justicia vulgar de los Códigos y Tribunales; la primera la encarnó en Don Quijote y la segunda, en Sancho Panza. 

Los únicos Fallos Judiciales moderados, prudentes y equilibrados que en el Quijote se contienen son los que Sancho dictó durante el gobierno de su ínsula; en cambio, los de Don Quijote son aparentemente absurdos, por lo por lo mismo que son de justicia transcendental; unas veces peca por carta de más y otras por carta de menos; todas sus aventuras se enderezan a mantener la justicia ideal en el mundo, y en cuanto topa con la cuerda de galeotes y ve que allí hay criminales efectivos, se apresura a ponerlos en libertad.

Las razones que Don Quijote da para libertar a los condenados a galeras son un compendio de las que alimentan la rebelión del espíritu español contra la justicia positiva. Hay, sí, que luchar por que la justicia impere en el mundopero no hay derecho a castigar a un culpable mientras otros se escapan por las rendijas de la ley; que al fin la impunidad general se conforma con aspiraciones nobles y generosas, aunque contrarias a la vida regular de las sociedades, en tanto que el castigo de los unos y la impunidad de los otroson un escarnio de los principios de justicia y de los sentimientos de humanidad a la vez"

Sin identificar a Don Quijote con Cervantes, aunque la simbiosis entre el escritor y sus criaturas sea más frecuente en las fabulaciones literarias de lo que la gente se imagina, no cabe duda que en esta aventura, Cervantes pone una especial complacencia. Conocía la prisión, sabía de la dura suerte de los condenados a galeras y no tenía muy buena opinión de la justicia positiva, pues sabía por propia experiencia que por las rendijas de la ley se escapaban no pocos delincuentes.

Como fiel cronista, nos cuenta Cervantes que iban Don Quijote y su escudero Sancho en su plática refranera y filosofante cuando se encontraron con una cuerda de galeotes conducidos por sus guardianes. El caballero desfacedor de entuertos dedujo con buen sentido que iban presos «de por fuerza y no por su voluntad». Pero, como cualquier hombre de buena razón, no se conformó con lo que veía, sino que inquirió de los galeotes los motivos y razones por las cuales habían sido castigados.Los galeotes se despacharon a su gusto. Unos se declararon culpables y otros inocentes, y todos se lamentaron de sus condenas y sufrimientos. A la vista de lo que oyó, Don Quijote, siempre magnánimo y dichoso por complacer a los oprimidos, le «parece duro caso hacer esclavos a los que Dios hizo libres», y dice a sus guardianes: 
«que estos pobres no han cometido nada contra vosotros; allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el Cielo, que no se descuida de castigar al malo y premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres no yéndoles nada en ello.»

Como los guardianes no se avinieran a complacer la demanda del bueno de Don Quijote, éste arremetdenodadamente contra los malandrines que se permitían contrariar los altos designios de la justicia -de su justicia empapada de humanismo-, y con la ayuda de su fiel Sancho Panza y los mismos galeotes, logró la liberación de los cautivos.

De la recompensa que obtuvo Don Quijote por su noble hazaña, nos dice el quijotesco don Miguel de Unamuno, que apenas vio a los galeotes sueltos los llamó para decirles : «que de gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofenden es la ingratitud», por lo cual les mandó que fueran cargados de cadenas a presentarse ante la señora Dulcinea del TobosoLos desdichados, llenos de miedo no fuese que les prendiera de nuevo la Santa Hermandad, respondieron por boca de Ginés de Pasamonte que no podían cumplir lo que Don Quijote les pedía, y se lo mudase en alguna cantidad de avemarías y credos. Irritó al Caballero, que era pronto a la cólera, e1 desenfado de Pasamonte, y le reprendió. Y entonces hizo éste del ojo a sus compañeros, y apartándose comenzaron a llover tantas y tantas piedras sobre Don Quijote ... que dieron con él en el suelo... » Una vez en tierra, le golpearon y le despojaron de la ropilla y a Sancho le dejaron sin pelliza. Fue entonces cuando, viéndose en tierra aporreado y robado, dijo a su escudero:
- Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar agua en el mar; si yo hubiera  creído lo que me dijiste, yo hubiera excusado esta pesadumbre; pero ya está hecho, paciencia y a escarmentar para desde aquí adelante.

A lo que su escudero respondió:
-Así escarmentará su merced como yo soy turco.

El sueño y la realidad
Afortunadamente, Don Quijote no escarmentó entonces para bien de todos los quijotes que en el mundo han sido y que seguirán siendo para que los hombres seamos cada vez mejores y más conscientes en la estricta justicia que nos debemos. La libertad no es un juego que puede quedar al arbitrio y capricho de los muñidores de intereses. Don Quijote, como Cervantes, conoce bien su calor, y en otro lugar el caballero de los grandes ideales dirá a su escudero:

-La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.

Uno de los pasajes más hermosos que enfrentan dialécticamente el realismo sanchopancesco con el quijotesco idealismo es el de la insólita penitencia a que se somete Don Quijote, imitando a Amadís cuando se sintió desdeñado por Oriana. Mientras él se queda en la sierra dando zapatetas e hilvanando oraciones en un paisaje de alcornoques, envía a Sancho con una carta a su amada Dulcinea del TobosoSe trata de un verdadero juego de despropósitos, ya que Aldonza no sabe leer ni Sancho se acuerda de llevar la carta. Pero, al regreso del Olvidadizo y realista Sancho, el caballero le interroga y entre ambos se establece el siguiente diálogo:
-Llegaste y, ¿qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas o bordando alguna empresa con oro de canutillo, para éste su cautivo caballero.

-No la hallé -respondió Sancho- sino ahehando dos fanegas de trigo en un corral de su casa.

-Pues ha la cuenta -dijo Don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas tocados de sus manos y, si miraste, amigo, ¿ el trigo era candeal o trechel?

-No era sino rubión -respondió Sancho.

La obsesiva locura idealista de Don Quijote, empeñado en transformar las cosas y transmutarlas según sus deseos, no tiene límites. No eran perlas, pero lo parecían, y si admite que era trigo, tenía que ser del mejor
Don Quijote no se cansa de soñar, no entrega nunca las armas por mucho que Sancho se afane en derribar sus castillos de arena. este respecto escribe Unamuno: 
«Vino a perder el juicio. Por nuestro bien lo perdió; para dejamos terno ejemplo de generosidad espiritual. Con juicio, ¿ hubiera sido tan heroico? Hizo en aras de su pueblo el más grande sacrificio: el del juicio. Llenósele la fantasía de hermosos desatinos, y creyó ser verdad lo que es sólo hermosura. Y lo creyó con fe tan viva, con fe engendradora de obras, que acordó poner en hechos lo que su desatino le mostraba, y en puro creerlo hízolo verdad».

Así, continúa imaginando exquisiteces donde sólo hay vulgaridad.
-Cuando le diste la carta, ¿ besóla?, ¿púsola sobre la cabeza?, ¿hizo alguna ceremonia digna de tal carta o qué hizo?

-Cuando yo se la iba a dar -respondió Sancho-ella estaba en la fuga del meneo de una buena parte de trigo que tenía en la criba, y díjome: Poned, amigo, esta carta sobre aquel costal que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquí está.

-Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿ no sentiste un olor sabeo, una 

fragancia aromática y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo, ¿ un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero?

-Lo que sé decir, es que 'sentí un olorcillo algo hombruno; y debía ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa.

y así siguen largo rato sin retroceder en sus propias convicciones, sin cansarse en esta batalla de lo que es y lo que se desearía que fuera.

-¿Qué joya fue la que te dio al despedirte, por las nuevas que de mí le llevaste?

-Ahora sólo se debe acostumbrar a dar un pedazo de' pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por las bardas del corral, cuando della me despe, y aun para más señas, era el queso ovejuno.

Don Quijote acepta esta realidad sin objecciones, pero continúa aferrado a lo maravilloso y piensa que Dulcinea 
«es liberal en extremo y si no te dio joya de oro, sin duda, debió ser porque no la tendría allí a la mano para dártela, pero buenas son mangas después de pascu.

Para el héroe cervantino no hay desfallecimiento en su labor de tejer fantasías; su vida es un continuo acto de fe de todo lo leído en los libros que le hicieron perder el juicio a lo largo de tantas noches en claro. Y si Aldonza se transforma en Dulcinea y los molinos en gigantes, la bacía de barbero llega a ser, gracias a la magia de su poder transformador, el yelmo de Mambrino, contra la fría y aplastante lógica de Sancho, para el qu
« quien oyere a vuestra merced que una baa de barbero es el yelmo de Mambrino y que no salga deste error en más de cuatro días¿ qué ha de pensar sino que quien tal dice y afirma debe de tener güero el juicio?».

Hace falta mucha locura para ver un yelmo en una bacía, pero Don Quijote la tiene, oye las palabras de Sancho y las desoye por obra y gracia de su espléndido poder de autoconvicción, y, cuando los argumentos son definitivos, impasible contesta: 
«¿ ... es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revés?».

En este caso concreto Don Quijote admite que allí, aparentemente, hay una bacía de barbero, pero es…”porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan y las vuelven según su gusto». 


Al llegar a este punto, se tambalearía la seguridad de Sancho; su amo ha echado mano de algo que él tiene que aceptar, la existencia de encantadores; y se dejará convencer cuando Don Quijote le dice « ... y así, eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa».

He aquí el margen de interpretación que nos ofrece la novela inmortal de Cervantes: para los soñadores, un yelmo; para los que sólo ven lo que tienen ante los ojos y cortan las alas a su imaginación una vulgar bacía.

En todos los capítulos del Quijote, exceptuando el último, se produce el juego de las trasmutaciones de cosas y personas. Hay ventas, .mujerzuelas, bacías y rebaños para el que sólo vive; para el que sueña, hay castillos, doncellas, gigantes, Dulcineas, yelmos y ejércitos. Cada cual que se quede con la ración de idealidad o de realidad que más le convenga.

« ••Ya no soy Don Quijote de La Mancha»

Cervantes, cuya verdadera intención al escribir el libro no conocemos del todo, crea un personaje con el que se siente más identificado según van surgiendo de su pluma las infinitas aventuras; y con este héroe de ficción que tantos enigmas deja tras de sí, nos brinda dos caminos: el seguido por el fanatizado caballero, luminoso, y el que condujo a Sancho, hecho simplemente de tierra. Al final de la obra, los dos caminos convergen y el que fue loco nos grita: «Yo tengo juicio ya, libre y claro ... dadme albricias, buenos señores, de que ya no soy Don Quijote de La Mancha, sino Alonso Quijano a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno». 

La locura había terminado, y de nada sirvió ya que el fiel Sancho le animara a ponerse bueno para marchar al campo «vestidos de pastores, como tenemos concertado; quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora Dulcinea desencantada» ... 

Resulta curioso oír a Sancho hablar de Dulcinea cuando tanto se empeñó en demostrar a Don Quijote que sólo existía una tosca y maloliente Aldonza que cribaba trigo y no ensartaba perlas. Todo ha sido un sueño que termina con la apacible agonía de Alonso Quijano, «el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió».

Cervantes creó ese magnífico mundo y lo pudo crear porque, además de su genio, su vida fue un continuo entremezclarse los locos sueños y las amargas realidades. Sin duda alguna, la esencia dehombre que se llamó Miguel de Cervantes proyectó su sombra sobre ese otro hombre que vivió y vive En las páginas de un libro en las que se funden y confunden ambos.

En la admirable invención relativa a la ínsula Baratariael escritor, dolido del mal de su tiempo, traza perfectamente un esquema de lo que tiene que ser un buen gobernante; y son tan prudentes y mesuradas las palabras de Don Quijote que el capítulo siguiente comienza: 
«¿Quién oyera el pasado razonamiento de Don Quijote que no le tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada?» Y es que el loco caballero «solamente disparaba (disparataba) en tocándole en la caballería, y en los demás discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento ... ».

Cervantes, que tantas necesidades de tipo económico pasó hasta el final de su vida según atestigua la dedicatoria de la segunda parte del Quijote al Conde de Lemos: « ... además que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros ... », nos habla del «miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a limpiárselos».

Creador y personaje se superponen y entremezclan de tal forma que es difícil saber dónde acaba uno y empieza el otro. No hay duda. de que para crear un sueño hace falta capacidad de sentirlo y vivido.

Cervantes-Don Quijote, Don Quijote-Cervantes, qué más da, hicieron juntos su largo camino lo gozaron y lo sufrieron. Su huella en la literatura universal es tan profunda que apenas si hay idioma o dialecto escrito en los que el personaje cervantino no haya influido.

Dimitri Merejkousky, le sitúa a la cabeza de los mitos universales con las siguientes palabras: 
«Prometeo, Don Juan, Hamlet, estas figuras se han hecho parte del espíritu; viven con él y no morirán sino con él. Don Quijote es uno de esos compañeros de ruta de la humanidad. Es imposible agotar lo que contiene, porque aún no se ha acabado. Continúa desarrollándose con nosotros, y es tan imposible agarrarlo como a la sombra que nos sigue».


Y Tomás Carlyle sintetiza magistralmente la figura de Cervantes:
 «Alguien luchó valerosamente en la batalla de Lepanto, arrastró con valentía las cadenas de la esclavitud argelina, con gallardía y serenidad soportó el hambre, la pobreza y la vil ingratitud del mundo; y, por fin, escribió en la cárcel, con la mano que le quedaba, el más alegre y al mismo tiempo más profundo libro de la época moderna, al que llamó Don Quijote». 


¡ AH !  EL LAZO DE AMOR ARGELINO 
colgado del cuello de "La Pecosa"

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