viernes, 30 de enero de 2015

PIROPOS... con Corazón

Piropo significa, literalmente, 'fuego' en griego; 
y es como un beso de fuego que se arroja a 
la belleza que pasa desprevenida a nuestro lado 

Gracias, documentalista de corazones...





Una secretaria judicial se
ha declarado partidaria
de perseguir el piropo,
aduciendo que «supone
una invasión a la
intimidad de la mujer» y que «nadie
tiene derecho a hacer un comentario
sobre su aspecto físico». Sospecho que
esta buena mujer confunde el piropo
con la grosería burda y soez, porque
no conozco a ninguna mujer española
a la que le ofenda el piropo, como
no conozco a nadie en sus cabales a
quien le amargue un dulce. Los piropos
halagan a la mujer sin complejos que
los recibe, que gusta de ver celebrada
espontáneamente su belleza, aunque
a veces ensaye un mohín de disgusto
(pero es mohín de coquetería); y la
mujer sin complejos que ya no los
recibe añora los piropos de antaño,
cuyo recuerdo guarda como un tesoro.
Piropo significa, literalmente,
'fuego' en griego; y es como un beso
de fuego que se arroja a la belleza que
pasa desprevenida a nuestro lado,
incendiando de rubor sus mejillas. El
piropo es un impulso de la más delicada
y noble estirpe, porque además de
denotar finura de espíritu en quien lo
improvisa (y hay piropeadores con una
inspiración poética que ya quisieran
para sí muchos versificadores coñazos)
es desinteresado, ya que no busca
recompensa (aunque conozco alguna
mujer que se quedó tan prendada de
la elegancia de un piropo recibido
en la calle que llegó a casarse con el
piropeador). El piropo es el más bello
hijo de la galantería, injertada en el
efusivo carácter español, que necesita
conmemorar poéticamente la belleza
fugitiva (y por eso Eugenio d'Ors definió
el piropo como «madrigal urgente»).
El piropo es todo un género literario,
aunque sea de transmisión oral; y
pretender perseguirlo legalmente es tan
desquiciado como pretender prohibir
el ditirambo. Que se persiga la grosería
bestial me parecería bien, como me
parecería bien que se prohibiera el
vómito bilioso de los zoilos, porque
ambos denotan amargura y bajeza
moral; pero la grosería es al piropo lo
mismo que el fariseísmo a la santidad o
la bravuconería a la valentía. Y no veo
yo la razón por la que los santos y los
valientes deban recibir el castigo que
merecen los fariseos y los bravucones.
Fuera de los países latinos el piropo
no se entiende y se toma por «invasión
de la intimidad» y todas esas majaderías
políticamente correctas de la secretaria
judicial. Re aquí un subproducto del
puritanismo protestantoide, que nunca
pudo piropear a la Virgen María (¡llena
de gracial), ni venerada bajo las mil
bellísimas advocaciones que por estas
tierras se estilan, y terminó pensando
desquiciadamente que todo piropo era
cosa sucia y malintencionada; legado
aciago que luego el negociado feminista
haría suyo. Julio Camba contaba la
anécdota de una escritora inglesa que,
paseándose por Cádiz, fue piropeada
muy galanamente por un gaditano, lo
que provocó sus iras; y airada fue a
denunciar al piropeador ante un guardia
urbano, quien a su vez la piropeó
también, provocando que a la escritora
inglesa le diese un telele de furia (tal
vez fuese tan fea que sospechase que los
piropos eran sarcasmos). Esta anécdota
demuestra que los gaditanos, amén
de finísimos guasones, son gente muy
sufrida y abnegada, porque hay que
tener muchas tragaderas para piropear a
una escritora inglesa.
Yo no acabo de entender por qué
llamar 'guapa' a una mujer, si se hace
-como exige el piropo- de forma
ingeniosa y admirativa, pueda ofenderla e
«invadir su intimidad». Puedo entender,
en cambio, que el piropo ofenda a la
mujer que no lo recibe, como a Hera y
Atenea ofendió el juicio de París, hasta
el extremo de que se coaligaron para
amargarle la vida (y, con la suya, la de
todos los troyanos); y es que nada hay
tan temible como el enojo de la mujer
despechada a la que han hecho sentirse
fea. En este sentido, mucho más eficaz
que perseguir el piropo sería declararlo
obligatorio por ley, de tal modo que no
hubiese mujer que no recibiese piropos
al pasearse por la calle; y además debería
exigirse (¡con amenaza de sanción en
caso de incumplimiento!) esmero y
entusiasmo al piropeador, para evitar
que su piropo pareciese desganado o
fingido. Así no habría discriminación
alguna para las mujeres, que lejos de
sentirse «invadidas en su intimidad» se
sentirían unánimemente halagadas; y
los hombres aguzaríamos el ingenio una
barbaridad, que falta nos hace, porque la
contaminación de la corrección política
nos ha tornado insípidos y ramplones
delante de las mujeres, por miedo a
enojadas, y chocarreros y bestiales
cuando ellas no están delante, por
encono de machitos resentidos.
¡Piropos que quemen en los labios
y hagan arder las mejillas es lo que
necesita este pueblo que se ha ido
quedando sin fuego, y no majaderías
políticamente correctas que vengan a
apagar su rescoldo moribundo!

www.xlsemanal.com/prada
www.juanmanueldeprada.com

UN ARTÍCULO LOGRADO DE ESTE HOMBRE TAN...

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